El Málaga CF quiso ayer poner un pica en Sevilla, pero no le dejaron. Ni el conjunto hispalense, que aprovechó sus oportunidades; ni sobre todo el colegiado Estrada Fernández, que es un pésimo colegiado y que acabó condicionando el partido con sus teledirigidas actuaciones. Los blanquiazules rozaron por momentos la perfección en un estadio hostil, tutearon al equipo local, que venía de campar a sus anchas en su casa, y llegaron a encoger el corazón hispalense en un tramo final de vértigo en el que a punto estuvo de rascar un valioso punto. Pero dos fatídicos minutos, poco antes del descanso, mandaron al traste todo un trabajado encuentro. Un punto de inflexión, sin embargo, que se vio amortiguado por un golpe de orgullo ante la adversidad que a punto estuvo de ser la crónica de una gran tarde. Pero los contratiempos fueron mayores de los esperados y el malaguismo se tuvo que volver de Sevilla con las manos vacías, pero con el pecho henchido de orgullo por su equipo.

Porque ayer, el balón y las cuestiones tácticas, donde el Málaga dio por momentos un repaso al Sevilla de Unai Emery, dejaron paso a los intangibles y a las sensaciones. Que el equipo de Javi Gracia está ya recuperado es una realidad. Que compite y camina como si fuera otro, también. Ayer desplegó sobre el verde hispalense todo un catálogo de virtudes de equipo hecho, madurado y trabajado. Presión adelantada, coordinación y equilibrio entre líneas, movilidad y peligro en el ataque, desdoble de los laterales... Todo para quitarse el sombrero ante Gracia y sus chicos. Pero lo más reseñable, lo que terminó de conquistar a su afición, no fue ni la puesta en escena ni las cuestiones técnicas, fue la lucha y la batalla para golpear cuando peor vinieron dadas.

Porque el Málaga se cayó y supo levantarse. Y eso es ganarse el cielo blanquiazul. Se sobrepuso a dos zarpazos, uno del Sevilla y otro del colegiado, justo antes del descanso, y consiguió salir de vestuarios con la cabeza alta y con el cuchillo entre los dientes para dar aún más batalla. Justo cuando en el Sánchez Pizjuán pensaban que el Málaga iba a enarbolar la bandera blanca de la retirada, el conjunto de Gracia dio un paso adelante, se adueñó del balón, tiró de casta, de orgullo y de bemoles para arrinconar al Sevilla y para meter el miedo en el cuerpo a los 40.000 aficionados que estaban en el estadio ya con las babuchas puestas y casi de siesta.

Sí, fue una rabieta futbolística, un guantazo sin manos al colegiado que antes te había matado con un error de bulto, pero también una demostración de que el 2-0 que campeaba en el marcador era una mentira, un engaño producto de las extrañas circustancias que a veces rodean al fútbol.

Si el Málaga de la primera parte gustó, el de la segunda se salió. Si en los primeros 45 minutos Camacho y Recio se comieron a Krychowiak, Cristóforo, Krohn-Dehli y Banega, en los siguientes engulleron también a Iborra y N´Zonzi. Y porque Unai no tenía más mediocentros en el banquillo, sino también se los hubieran zampado los malaguistas. La demostración de fútbol era tal que el Sevilla no era capaz de sacar el balón de su campo. El control blanquiazul era total, sólo a expensas de que llegaran los goles.

El tanto de Charles tardó en llegar (72´), pero cuando lo hizo fue un golpe de hielo que sacudió a todo el estadio hispalense. Entonces ya todo el mundo sabía que el Málaga podía empatar. Que las internadas del Chory o los centros de Duda podían tener un destino final en las redes de Sergio Rico.

No especuló el Málaga y fue a pecho descubierto a por el empate, pero el Sevilla tiró de oficio para ganarle la batalla al reloj. Y tras la expulsión de Iborra por doble amarilla (83´), ya casi ni se volvió a jugar. El partido tomó los derroteros que el equipo de Emery quiso, con excesivas paradas del juego y con imprecisiones. Cortes de ocasiones y faltas que no llegaban a su destino. Y ya en el ocaso, para remate, Estrada Fernández, el mismo que se comió un penalti a Weligton en la primera mitad, que no sancionó la falta de Vitolo a Boka en el origen del segundo gol y que no expulsó a Coke ni a Cristóforo por doble amarilla, sí vio una doble infracción de Boka en menos de un minuto para mostrarle dos amarillas y expulsarlo. Ahí se igualaron las fuerzas, pero el susto en el cuerpo ya nadie se lo pudo quitar al sevillismo.

La derrota, si tuviera valor, sería sumamente dulce porque pocos partidos se escaparan con este derroche y este despliegue blanquiazul. Ahora el Málaga, que trunca su racha de siete partidos invicto, ya mira al Barcelona para recibirlo en La Rosaleda. Un duelo en el que posiblemente ya no estará Amrabat. Una lástima, porque este equipo ya ha encontrado el traje perfecto para cada jornada. Y le sienta como un guante.