Dicen que contra estos súper equipos con presupuestos desorbitados y estrellas deslumbrantes hay poco que perder y mucho que ganar. Efectivamente ayer el Málaga CF tampoco ganó, pero volvió a recibir los halagos de un héroe que regresa de una gran batalla, con heridas, pero orgulloso de salir vivo y de poder contarlo.

Porque una vez más, el Málaga puede volver a presumir de habérselo puesto muy difícil al Barcelona y de haberse partido la cara en el tú a tú con los azulgrana. Lástima que el resultado final vuelve a ser un sabor amargo después de tan jugoso plato. Y es que el Málaga CF consiguió recuperar su mejor versión contra los culés, se sobrepuso a un tempranero gol del rival y arrinconó a los de Luis Enrique con toda una demostración táctica para finalmente claudicar por agotamiento, aunque después de haber exigido a su rival el máximo de concentración y de entrega, que no es poco teniendo en cuenta los precedentes y la lista de víctimas que acumula el campeonísimo.

No fue el mejor Barcelona del año, desde luego, pero buena parte del mérito vuelve a ser de Javi Gracia. El navarro, si tiene una fórmula para los partidos contra los azulgranas, debería ir hoy mismo a la casa de patentes a registrarla porque volvió a bordarlo. Una vez más puso sobre las cuerdas al equipo culé, le robó la excelencia y desparramó sobre el césped de Martiricos todo el torrente de triquiñuelas que tiene en su libreto para frenar a los Messi y compañía. Este Málaga, por momentos, convirtió a algunos de los mejores jugadores del planeta en simples y vulgares futbolistas que erraban pases, regates y hasta eran superados por hombres vestidos de blanquiazul. Ver para creer.

Porque el Málaga de la primera mitad volvió a abrazar la perfección, tal y como hizo en Sevilla y como venía atesorando en sus siete partidos anteriores donde estuvo invicto. Los ingredientes, en esta ocasión, fueron la presión adelantada, una línea de cuatro zagueros que ya conocía bien al rival y una batalla en cada balón dividido, además de descaro y velocidad cuando la pelota caía en pies malaguistas. Dicho así, puede parecer fácil, pero el trabajo encomiable se hizo notar poco después del gol de Munir, que pilló despistado al equipo y a media Rosaleda (minuto 2).

El joven canterano azulgrana fue lo único que hizo, pero disparó primero y sorprendió a un Málaga que no suele ser sorprendido. Dar esa ventaja al conjunto azulgrana suele ser sinónimo de goleada, pero en contra de lo que muchos llegaron a pensar, el Málaga volvió a levantarse y a sobreponerse. Y lo hizo con la fuerza de los gigantes, de los que pueden caer mil veces pero que volverán a levantarse otras tantas.

El golpe lo amortiguó rápido el Málaga, que se fue sin tapujos a por Bravo y su zaga. Posiblemente la premisa de que había poco que perder cobraba ahora mucho más sentido. Y contra pronóstico, el Barcelona acusó su gol tan madrugador porque se confiaron, se relajaron y fue entonces cuando el Málaga se subió a las barbas. Entonces comenzaron a llegar los errores en la defensa culé, las imperfecciones y los borrones en el boceto azulgrana, casi siempre tan impoluto. El equipo de Luis Enrique comenzó a ser irreconocible y el de Gracia, un titán. Robaba arriba, entraba por banda rápido y crecían Juanpi, Camacho y el Chory.

Las ocasiones se multiplicaban y sólo la falta de punch malaguista evitaba que el empate campeara en el marcador. Vermaelen era un flan y Mascherano tampoco se enteraba de la película. Busquets estaba sobrepasado y Bravo achicaba balones sin miramientos.

El Chory envió entonces un tiro a la madera y el malaguismo ya olía la sangre azulgrana, que no tardó en salir a borbotones. Fue en un robo gracias a la presión, Charles vio a Juanpi y el venezolano, el mejor ayer, no falló.

El empate era justo y merecido, y se habría quedado corto si Cop hubiera estado más acertado y si Clos Gómez hubiera señalado penalti sobre Charles. Pero el croata tuvo un día desafortunado, mientras que el colegiado volvió a ser sibilino y de fácil criterio para los azulgrana. Eso sí, antes del descanso Messi pudo poner el 1-2 en una acción aislada, pero Torres salvó bajo la línea. Los hombres de blanco y de azul fueron despedidos como héroes al final de los primeros 45 minutos.

En la segunda parte, sin embargo, el guión cambio. El Málaga quiso, pero no pudo. No le llegó la gasolina para repetir el mismo planteamiento que en la primera mitad. El Barcelona comenzó a sacar el balón con más facilidad, más criterio y a manejar los tiempos. Messi avisó primero, pero otra vez, quizás demasiado pronto, volvió a aparecer para poner el 1-2 definitivo con un remate acrobático (52´). Fue el único chispazo ayer del genio argentino, pero le valió para rescatar los tres puntos para su equipo.

El Málaga ya se recuperó una vez, pero en esta ocasión los azulgrana ya estaban prevenidos. A arreones, los de Gracia metieron el miedo a los azulgrana. Pero unas veces por Bravo y otras por la falta de acierto malaguista, la pelotita no llegó a entrar en la meta de Bravo.

El Málaga entró a los últimos minutos con vida real, pero consumido virtualmente. Y es que para entonces, el Barça ya tenía controlada la situación y había enfriado el partido hasta casi dormirlo. La lesión de Adriano, la demora al sacar las faltas, las protestas... Charles la tuvo en una volea alta y el Chory probó fortuna al final. Pero no pudo ser.

El Málaga volvió a recoger palmaditas en la espalda como en Sevilla, pero su casillero de puntos volvió a quedarse inmóvil. Está claro que esta es la línea a seguir y ya forman parte del pasado dos pesos pesados de la Liga. Eibar ya espera, y no están tampoco regalando nada a nadie.