El «Gato» por fin sonríe. Y el malaguismo, también. Juntos los celebran. Porque los triunfos, con sufrimiento, desde luego que saben mejor. Pero sobre todo porque el Málaga puso fin ayer a casi tres meses de tortura, a nueve partidos de bagaje por el desierto donde el trabajo no tuvo recompensa, donde la fortuna fue esquiva y donde los árbitros fueron un enemigo más. Anoche, en una Rosaleda volcada de principio a fin, el conjunto blanquiazul encontró el tesoro en la isla perdida, descifró el enigma que le atormentaba o el camino a la salida del laberinto. Alcanzó el paraíso de los triunfos y la gloria de los puntos. Volvió a sentirse un equipo de fútbol, capaz de perder pero también de ganar.

Y lo hizo posiblemente en el partido que menos méritos obtuvo de los últimos choques para llevarse el triunfo. No fue el Málaga de Villarreal, ni tampoco el del Bernabéu, pero sí un equipo de garra, de coraje, de pureza y de casta. De los que se dejan la piel hasta el último minuto. De los que muerden y se enrabietan cuando vienen mal dadas. Sí, este Málaga posiblemente no fue ayer deslumbrante, pero hizo lo que tenía que hacer: ganar.

Porque los puntos tenían que llegar de una forma u otra, y anoche costaron también lo suyo. Fue un partido de sobresaltos, donde la UD Las Palmas se puso por delante con una falta en la primera mitad, pero que antes del descanso ya había empatado y remontado el conjunto blanquiazul. Un encuentro donde la renta se pudo ampliar a uno o dos goles más, pero donde acabó pidiendo la hora el malaguismo por la expulsión de José Rodríguez a falta de 20 minutos para el final.

Como las derrotas, las victorias no llegan por casualidad. Ayer el Málaga la buscó, la peleó y la agarró con tanta fuerza que era casi imposible arrebatársela de las manos. Un triunfo que aleja los fantasmas del descenso y que se quedan a diez puntos. Tranquilidad, al menos por el momento, porque esta batalla no ha hecho más que comenzar.

La cuestión es que este Málaga ya ve transformado su sacrificio y su trabajo en puntos. Y buena parte de culpa se la debe a su afición. Ayer la grada respondió de diez. Primero al grito de aliento y al clamor contra el estamento arbitral. La Rosaleda se convirtió en una auténtica caldera en los instantes antes de arrancar el partido. Y así era imposible no meterse de lleno desde la salida de vestuarios. Con ese pellizco, tan puñetero para el local e inquietante para el rival, arrancó el choque. Pero el Málaga estaba dispuesto a poner más pasión que nunca, aunque menos fútbol que en otras ocasiones.

Pronto se notó que el árbitro también jugaba anoche y que sólo tenía que decidir de qué lado quería estar. Y Sánchez Martínez eligió el camino más tortuoso. Si la presión se puso de manifiesto, con el de negro poco había servido. Y en las primeras polémicas, se hizo el sueco, pese a que es murciano. Es más, no quiso ver un posible penalti a Charles en la primera y en la segunda mitad. Señaló numerosas faltas en la frontal del Málaga -una acabó en gol de Lemos y señaló un total de 23 infracciones- y expulsó con demasiada facilidad a José Rodríguez.

Es decir, que nada ni nadie ayudó ayer al Málaga a conseguir su triunfo. Aunque posiblemente también fuera lo mejor para recuperar autoestima y confianza.

Volviendo al partido, Las Palmas supo manejar los primeros compases, pese a que el Málaga gozó de alguna clara oportunidad. Pero fue Lemos el que ejecutó con maestría una falta con doble mala colocación, la de la barrera y la de Kameni (19'). Tocaba volver a remar, con rabia y con entrega, sin mirar atrás. Y el Málaga lo hizo. Empezó a apretar a la zaga visitante, quizás su punto más débil. Y comenzó a sacar réditos. En uno de esos ataques, Fornals fue a centrar un balón al segundo palo con el acierto o la fortuna necesaria para que se colase en la portería de Varas. El empate (27') parecía más que justo a tenor de lo visto.

Pero ahí no acabó el Málaga. Emergió la figura de Keko, que fue un torbellino mientras estuvo en el partido. Arriba, abajo, presionando, regateando... En casi todas estuvo el madrileño, que recupera sensaciones. Y en una triangulación de alta escuela, el extremo se plantó delante de Varas y la pasó a Charles para que la empujara. Remontada, delirio y éxtasis en La Rosaleda. El Málaga le había dado la vuelta al partido como a un calcetín y ahora dominaba la situación (36'). Al descanso hubo poco más que rascar.

Pero en la reanudación, hubo más movimiento. El partido no entró en estado de hibernación y siguió con mucho ritmo. Primero con una clara que Rodríguez, que no acierta a marcar tras penalti a Charles (48'). Luego un tiro al palo de Boateng tras disparar y desviar Camacho cuando Kameni iba para el otro lado (51') y poco después un mano a mano de Fornals que le adivinó Varas (54'). El Málaga merecía ir con mayor renta e incluso Demichelis estrelló un cabezazo al larguero (63').

Partido en el alambre

El partido se movía en el alambre y fue entonces cuando el árbitro volvió a elegir bando. En una faltita de Rodríguez en el centro del campo vio la segunda. A la calle y el Málaga con uno menos a falta de 20 minutos.

Tocaba apretar, cerrar los puños y correr como si fuera la vida en ello. Y la Rosaleda también lo entendió. Comenzó a mover el banquillo Romero, todos con cambios de refresco y en busca de más arsenal defensivo. Pero el partido ya estaba inclinado hacia la meta de Kameni. Allí, el camerunés y sus zagueros se hicieron grandes, gigantes ante cualquier acometida para agonizar. Hubo miedo, hubo suspense y hasta se dudó de conseguir el triunfo. Pero ayer estaba escrito que los tres puntos dormían en Málaga. Felicidad, al fin, para celebrar la resurrección del Málaga.