El Málaga CF se disfrazó anoche en Ipurúa de juguete roto o de uno de los huéspedes de la casa de los horrores, esos que acaban asesinados de mil maneras diferentes. Quizás lo hizo a modo de guiño al carnaval, pero lo cierto es que fue un bloque desdibujado, triste, sin alma, sin intensidad y dejado a su suerte casi desde el primer minuto. Un conjunto de jugadores, que no un equipo, que ofrecieron la peor imagen del Málaga desde que el Gato llegó al banquillo blanquiazul y que no supo responder ni futbolísticamente al partido que le planteó el equipo de Mendilíbar ni tampoco a las adversidades que de nuevo se encontró por culpa de un pésimo y malintencionado arbitraje de Estrada Fernández. Un claro paso atrás que desembocó en un sopapo de realidad que difumina la victoria contra la UD Las Palmas y que vuelve a dejar a los blanquiazules en su continua indefinición, en tierra de no se sabe muy bien qué y con sólo 26 puntos en el casillero.

El correctivo fue serio y también guarda un mensaje para navegantes, para aquellos que pensaban -y posiblemente me incluya entre ellos- que este Málaga comenzaba a levantar el vuelo a tenor de lo visto en las últimas jornadas. Pero ni el enfermo está recuperado como para recibir el alta ni nadie le va a regalar nada a este equipo, pese a que el nivel de la Liga siga siendo paupérrimo.

Hoy algunos mirarán al arbitraje -y pueden hacerlo de nuevo con razón-, pero el que encuentre como excusa de la derrota de anoche al ínclito colegiado catalán es que no entendió nada de lo que se coció en Ipurúa. Porque el Málaga salió ayer pensando más en el partido del martes contra el Betis que contra el Eibar, aunque no se sabe muy bien por qué. Y a las pruebas nos remitimos, con cinco cambios en el once inicial con respecto al bloque que consiguió su primera victoria, aunque dos de ellos fueran por obligación. No, desde luego no parecía que era el día ni el momento indicado para hacer rotaciones. Y el equipo lo acusó. No tiró entre los tres palos hasta la segunda mitad, no tuvo el control del centro del campo en ningún momento y perdió mordiente por las bandas, esas que tan bien habían funcionado jornadas atrás. El Málaga anoche no fue el Málaga, y los cambios fueron el susodicho «disfraz».

Con la careta puesta, el equipo malaguista salió a pelear con una mano atada a la espalda. Y ese brazo inerte precisamente era el que empuñaba su espada. Porque el equipo del Gato se limitó a salir a defender, a estar juntitos y a buscar alguna contra rápida para Santos, Keko o Jony. El resultado fue desalentador, porque aunque se consiguió neutralizar al Eibar en los primeros compases del choque, los blanquiazules no encadenaban tres pases seguidos.

Santos se estrellaba siempre con un muro, a Keko le tenían tomada la matrícula y Jony aún no está. Pablo estuvo perdidísimo y la paraje Llorente-Duda de mediocentros se vio superada por la media rival. La zaga, casi lo único reseñable, cometió un par de despistes que facilitaron la muerte futbolística o el asesinato de Estrada Fernández, según se mire.

Porque un despiste en lanzar el fuera de juego de Luis Hernández «ayudó» al linier a que diese validez a un fuera de juego de Sergi Enrich para que asistiese a Adrián a marcar el primero de la noche. Era el minuto 44, al borde del descanso y un momento crítico del partido. El gol no encontró contestación y tampoco hacía justicia en el marcador porque ni unos ni otros habían ofrecido un buen partido y ni mucho menos habían hecho méritos para ir ganando.

La sentencia

A la vuelta de vestuarios, el Málaga no varió y a las primeras de cambio terminó de cavar su propia tumba. En una acción por banda de Pedro León, Juankar golpeó al murciano en su pierna de apoyo dentro del área. Penalti tonto, que lo era, y que cortaba de raíz cualquier atisbo de reacción que hubiera pensado el malaguista más optimista. De nuevo Adrián, desde los once metros, no falló (50´).

Por si fuera poco, dos minutos después Sergi Enrich aprovechaba un centro lateral y un desajuste en la zaga para marcar el tercero. Festival armero para acribillar al Málaga, que para entonces no sabía ni donde estaba.

El partido bien podía haber terminado ahí porque el Málaga ya había levantado la bandera blanca hacía tiempo. Y pese a que Romero movió su banquillo y dio entrada a Charles y Ontiveros, la noche aún podía empeorar.

Y lo hizo con la expulsión de Roberto Rosales por doble amarilla (71´). El venezolano, que posiblemente tocó el balón en la infracción, se lo puso muy fácil a Estrada Fernández para que lo expulsara. Y ya se sabe que el catalán tiene el gatillo fácil con el Málaga.

El equipo aguantó con diez los 20 minutos finales, pero para entonces el partido ya no tenía ni intensidad ni interés. Porque los dos equipos ya miraban al duelo entre semana que tendrán en unos días. Un derbi que comenzó a jugar el Málaga demasiado pronto. Tanto que se le olvidó jugar en Ipurúa.