Una nueva derrota -ya van tres en sólo tres jornadas de Liga-, las tres estocadas en forma de goles y un ambiente viciado por todos los sucesos que han rodeado al Málaga CF desde este verano, convirtieron ayer Martiricos en una auténtica bomba de relojería antes, durante y después de que la UD Las Palmas consumara un nuevo despropósito esta campaña. La que vive el conjunto blanquiazul es una situación a todas luces insostenible que a día de hoy engulle a cualquiera que se ponga por delante, ya sea Míchel, Ontiveros o Borja Bastón, por decir sólo algunos de los «clavos ardiendo» a los que se había agarrado el malaguismo este curso. Un escenario grotesco que delata la dura descomposición que está viviendo el conjunto blanquiazul, tanto deportiva como institucionalmente.

No es casualidad que el Málaga CF perdiera ayer. Es causalidad tras la mala planificación veraniega, tras una pretemporada desastrosa y un inicio de curso peor ejecutado. Más allá de que el conjunto blanquiazul sea a día de hoy una trituradora de jugadores, es sintomático que los cambios de Míchel anoche fuesen los canteranos Ontiveros y En-Nesyri, además de Cifuentes, que debutaba en la categoría. Son muchas cosas las que no han funcionado y el hastío ya es palpable en todos los estamentos del club: desde los jugadores hasta la afición, pasando por integrantes de la propia entidad.

Una derrota que no hace más que demostrar que el Málaga CF está gravemente enfermo. Un golpe moral y anímico, que veremos las consecuencias que va teniendo en las próximas semanas. Porque si se veía venir que el Málaga CF había bajado varios peldaños la calidad de su equipo, ahora llega la cruda realidad: la hora de sufrirlo. Ésa que te hace perder contra Eibar, Girona y la UD Las Palmas de golpe y porrazo, de sopetón. Y eso que los amarillos posiblemente han sido los peores de todos.

Hoy el Málaga está tras tres jornadas en puestos de descenso con sólo un gol a favor, pero también un puñado de dudas y de incógnitas en su cabeza. Mal camino para afrontar el primer «Tourmalet» de partidos. Y lo peor es que ya hay poco margen de maniobra, salvo aguantar el tirón e intentar dar con la tecla.

Una tecla que no consigue encontrar Míchel, que ayer volvió a mover su equipo y a hacer cambios, pero que no le llevó al camino de la victoria.

Ricca y Keko volvieron al once tras lesión. Pero las sensaciones fueron muy similares a lo vivido en jornadas anteriores. Eso sí, el conjunto blanquiazul salió con la intención de presionar, de agradar y de al menos arrinconar al rival en su campo. Algo que consiguió a medias, ya que el control y la rápida recuperación del balón no se materializaba con ocasiones. Bastón sigue siendo una isla y lo peor es que cada vez da la sensación de que está más desconectado y ofuscado. Anoche tuvo un par de ocasiones claras, pero ni atisbo del killer que un día agradó en Ipurúa.

Tras el dominio malaguista, el equipo amarillo se soltó. Y comenzó a llevar peligro. Tanto, que antes del descanso y gracias a un error de Luis, Viera puso el 0-1.

Gol psicológico de los que duelen y cuesta levantarse. Pero el Málaga hizo lo más difícil: empató en la reanudación por medio de un cabezazo de Diego González. Pero volvió a recoger viejos pecados poco después. Se mostró el equipo de Míchel, por momentos, como un grupo partido, descolocado e incluso superado físicamente por el rival. Calleri, tras hacer un traje al propio Diego, puso el 1-2 en el 70´ y ahí ya todo se fue al garete.

El Málaga, indolente, asumió el gol rival como si no tuviera opción de réplica. Y el malaguismo, también. Silencio, runrún, quejas y reproches. Y es que pudo empatar el Málaga en alguna acción aislada, como la citada de Bastón o algunas de Mula y En-Nesyri, pero fue el definitivo gol de Remy (89´) el que destapó la caja de la tormenta blanquiazul.

El Málaga se despidió cabizbajo, entre pitos, con gritos de «¡Al-Thani, vete ya!» y con un sensación de desamparo incontestable. Es la consecución de un desencuentro absoluto tras el verano. Y eso que sólo van tres jornadas...