El hundimiento es esto, perder 0-2 con el Leganés. Pero habrá quien piense que es casualidad, que al Málaga le están llegando mal dadas por culpa de la mala suerte, que los graves errores arbitrales se ceban con el conjunto blanquiazul o que la falta de acierto de cara al marco rival es una racha pasajera, que ya acabará. Habrá quien viva de espaldas a la realidad y piense que todo cambiará por arte de magia, que sólo es cuestión de apretar la tecla correcta, de reencontrar la senda de la victoria y que todo volverá a ser como antes, como cuando el Málaga era un equipo que perdía, pero que también ganaba y empataba. Es decir, cuando competía.

Ese acto de fe casi de barra de bar es también una irresponsabilidad que está costando caro al conjunto blanquiazul, porque mientras las jornadas pasan, el Málaga está cada vez más hundido en sus miserias y se instala en el lodo de Primera para convertirlo en un estilo de vida. Y lo peor no es ya tocar fondo en la clasificación, donde no se puede bajar más allá del colista, sino seguir cayendo y cayendo anímica y moralmente. El equipo de Míchel está sobrepasado, superado por todos y cada uno de los elementos que le rodean. Futbolísticos, extradeportivos, emocionales o institucionales. Y cada partido que disputa es un despropósito más, un guantazo de realidad nuevo que le deja marcada la cara hasta el siguiente envite.

Ayer era una cita crucial, una finalísima en toda regla ante un rival correoso que iba a poner las cosas difíciles, pero un partido que haciendo las cosas bien se le podía hincar el diente. El Leganés no es ni el Bayern Múnich ni el Manchester City. No tiene a Cristianos ni Messis en sus filas. Pero sabe perfectamente a lo que juega, lo expone con convicción y se deja el alma en cada jugada. Es decir, todo lo que el Málaga no hace.

Y claro, las diferencias son bastantes palpables y quedaron visibles ayer, para sonrojo de más de uno. Vamos, que las cosas caen por su propio peso viendo a unos y a otros. Y si el conjunto pepinero tiene limitaciones, el Málaga tiene una plantilla impropia para un equipo que lleva diez temporadas en Primera. Además, se le suma que nadie ha sabido sacar rendimiento ni acoplar a estas piezas. Ni los jugadores ni los totems del vestuario ni el entrenador, que en ocho jornadas no le ha sacado color a casi nada del equipo.

No, no es serio. No lo fue durante el verano, donde la planificación construyó este desastre -visto lo visto, ni a cosa hecha- y no lo está siendo ahora, donde el inmovilismo ahoga al conjunto blanquiazul.

Y no se pueden poner paños calientes a la situación. Porque el Málaga fue ayer mal competidor. Sólo dio muestras de tener las ideas claras en los primeros minutos, cuando pegó algunos arreones de salida que parecían una bonita declaración de intenciones. Pero conforme el partido se fue asentado, conforme fueron pasando los minutos, el Málaga volvió a ser ramplón, previsible e inocuo en una y otra área. Es decir, el mismo Málaga que hace dos semanas, antes del parón por las selecciones. O que hace un mes, o que hace dos...

En la libreta de notas, para casi gastar bolígrafo, quedan apuntadas las leves ocasiones blanquiazules ante la meta del «Pichu» Cuéllar. Sólo Rolan, en una bonita jugada colectiva en el 33´, pudo poner en aprietos al meta rival, que desvió su lanzamiento cruzado al palo. Mula, el rechazo, lo mandó a las nubes. Amrabat tuvo la más clara poco después, que obligó a Roberto a volver a ser el mejor malaguista.

Este Málaga, que no aguanta de pie ni un amago, ya se vino abajo en la segunda mitad. Y lo hizo de salida, sin necesidad de encajar el primero. El paso por vestuarios, lejos de resetear y poner las ideas en orden, descolocó al conjunto de Míchel. Salió dormido, sin claridad y temeroso. Y el Leganés, que olió la sangre, no dudó en ir a por el partido.

Amrabat avisó con dos seguidas, que detuvo bien Roberto. Pero en el siguiente acercamiento, en una falta lateral, llegó el primero (56´). Jugada apretada pero en fuera de juego que volvía a condenar al Málaga. Gabriel, el ejecutor.

El Málaga volvía a estar por debajo en el marcador, como otras tantas veces, pero esta vez reinaba la impresión de que no sería capaz de remontar. La pedrada, en estas situaciones, casi parece definitiva. Y así se consumó con el paso de los minutos, pese a que quedaba más de media hora de juego.

Míchel movió el banquillo. Dio entrada a Jony y Ontiveros. Pero no había una idea, no había un plan para remontar. O al menos, no supieron o no pudieron ponerlo de manifiesto. Así que pasó lo que tenía que pasar. El «Lega» marcó el segundo (78´) por medio de Szymanowski, que se recorrió medio estadio sin oposición.

Todo se ensució más si cabe con la expulsión de Recio (81´), por si fuera poco. Y sólo hubo ya tiempo para reproches por parte del respetable al presidente y a los jugadores, y para que debutara Cecchini. Sí, el fichaje de los 4 millones de euros que a las 18.15 horas no estaba ni convocado. Lo dicho, un despropósito difícil de asimilar. Y lo peor es que la temporada sigue en fase inicial.