Mirada perdida y cabreo infinito. Así abandonó Míchel el Estadio de Los Pajaritos el martes por la noche, después de que su equipo sufriera el enésimo sonrojo de la temporada, esta vez a manos de un Segunda División. Antes hubo revolcón y reprimenda pública y privada, tanto en la sala de prensa como en el propio vestuario. Pero el míster, condenado por los malos resultados que cosecha el equipo desde el verano, vive su momento más crítico al frente del Málaga. Un paso que parecía casi inevitable a tenor de cómo se han venido sucediendo los acontecimientos en las últimas fechas en Martiricos. Una situación que ha deteriorado la figura del técnico blanquiazul poco a poco hasta convertirlo en la parte más débil de la cuerda. Míchel, que era el principal abanderado del equipo en los meses estivales, ahora está en el punto de mira de muchos.

El entrenador es consciente de que su crédito no es infinito. Así lo ha reconocido en varias ocasiones públicamente. Pero el martes, en Soria, cambió su discurso, lo que también puede generar movimiento -ya sea para bien o para mal-. El técnico, superado y enrabietado tras ver cómo se le escapaba el partido en los dos últimos minutos de juego, no dudó en cruzar una línea que hasta el momento no había traspasado: la de apuntar hacia sus jugadores. Hasta la fecha, Míchel y la plantilla no habían sufrido fisuras. El entrenador había dado la cara por cada una de las actuaciones que habían tenido sus pupilos, aunque hubieran sido de dudosa calidad. Sin embargo, en Los Pajaritos Míchel se desmarcó y puso en cuestión incluso la profesionalidad de algunos de sus jugadores. Un mensaje a navegantes sin nombres propios, ero con una clara dirección. «No sé si es actitud o que hay algunos que están sin tensión o que les falta calidad o que los hemos vestido de jugadores de primera y parece no lo son. Cuando uno se viste de futbolista tiene que entender lo que significa eso», dijo en sala de prensa.

Ese mismo mensaje, aunque menos sosegado, más incisivo y agresivo lo trasladó a los propios jugadores al término del partido, en pleno vestuario. Hubo bronca de Míchel a sus jugadores. Hubo mosqueo y reproches. Y los principales actores no tuvieron más remedio que asumirlo.

Pero el mensaje público de Míchel puede tener dos vertientes. O la plantilla reacciona por amor propio, o la fractura empieza a hacerse más grande. Hasta ahora, Míchel y la plantilla iban de la mano en todo momento. No se sabe lo que puede pasar a partir de entonces.

En cualquier caso, Míchel se sentará el domingo en el banquillo de La Rosaleda contra el Celta. Aventurarse si seguirá más es una cuestión que sólo puede responder Al-Thani desde Catar. De todas formas, el técnico madrileño ha ido perdiendo crédito en la afición y tras el encuentro contra el Numancia, las redes sociales y los foros comenzaban a llenarse de mensajes en contra de su continuidad.

En el club, sin embargo, mantienen su confianza en el técnico blanquiazul. Hay una línea continuista con respecto al técnico, pero una derrota contra el Celta o una reprimenda pública hacia el técnico podría precipitar los acontecimientos.