Hay un patrón que se repite una y otra vez en este Málaga y que ya es algo más preocupante: el equipo compite en los grandes escenarios, planta cara, tiene ocasiones y al final acaba besando la lona sin oposición, como si fuera producto de un guión ya escrito de antemano y que no sorprende a nadie. Lo escenificó en el Wanda, en Mestalla, en el Sánchez Pizjuán, en el Camp Nou y también ayer, donde volvió a ser el típico actor de color en el reparto de una película de terror que siempre acaba muriendo de una forma o de otra. La duda era saber cómo, porque ya casi se vaticina hasta cuándo se va a llevar a cabo la ejecución pública, mediada la segunda mitad y casi siempre por un error propio.

Posiblemente ayer el Málaga no mereció perder, cierto es, pero volvió a volverse de vacío de un partido que a poco que hubiera tenido mala leche se habría llevado. Que el conjunto blanquiazul es una madre es algo que ya se sabe desde que arrancó la temporada, pero no por ello deja de irritar una y otra vez.

Y pese a que hubo unos primeros 45 primeros minutos muy esperanzadores, la segunda mitad volvió a abrir la herida que desde luego no se cerró ante el Celta. Ésa que evidencia que el equipo está cortito de calidad y de efectivos y también la que demuestra que la falta de confianza aún es importante en estos jugadores.

Lo peor es que queda la sensación de que el Málaga podía haber rascado algo del remozado estadio del Madrigal, ahora La Cerámica. Ante un Villarreal con bajas, cansado tras jugar en Europa, con su delanteros con la flecha para abajo y con cierta facilidad para hacerle ocasiones, el Málaga se «limitó» a defender, estar ordenado y a atacar con cuenta gotas para ir dejando pasar los minutos en busca de un empate que nunca llegó. Quizás el mayor pecado ayer del Málaga no fue volver a encajar dos goles en dos acciones puntuales, sino su falta de ambición. No leyó el partido, no vio la sangre en el rival ni tampoco entendió que era una ocasión única para espantar fantasmas y malas sensaciones. No es ya una consigna desde el banquillo, que también, es una obviedad viendo cómo se estaban desarrollando los acontecimientos sobre el verde.

Y claro, ahora el conjunto blanquiazul vuelve a ser colista. Vuelve a la casilla de salida, la que ocupaba antes del partido contra el Celta, aunque bien es cierto que al menos ya sabe que es capaz de ganar al menos un partido. Algo que tampoco es poco para encuentros venideros.

Y de lo poco positivo que se puede rescatar este fin de semana, justo antes de marcharse al parón, es que el Málaga al menos ha minimizado daño con los rivales, ya que la complejidad de puntuar en la casa del Villarreal no ha propiciado que la distancia con los puestos de salvación se amplíen, donde siguen a cuatro puntos.

Pero volviendo al partido de ayer, el Málaga dio mejor imagen, aunque con similar resultado. e hecho, las similitudes con el día del Sevilla son llamativas. Buena primera mitad, muchos fueras de juego propiciados al rival, dos errores infantiles y dos goles encajados sin oposición.

El Málaga saltó al césped con demasiado respeto sobre el rival, aunque Míchel optó por repetir once por vez primera. Fruto de ello, el dominio local fue la tónica dominante. Los amarillos tenían al Málaga encerrado en su campo, aunque tampoco creaban ocasiones de gol.

Un dominio que duró aproximadamente media hora, cuando el Málaga comprendió que no era tan fiero el león como lo pintaban. Adelantó líneas, comenzó a soltarse con posesiones más largas y también se dejó ver por el área de Barbosa. Tímidos ataque que sin embargo evidenciaban que las distancias no eran tan grandes como la clasificación mostraba.

A vestuarios se marchó con la sensación de que a poco que apretara podría romper un buen puñado de estigmas que le vienen pesando desde que arrancó la Liga.

Pero no lo hizo. Regresó el conjunto blanquiazul para disputar los segundos 45 minutos con la misma sensación de timidez, aunque agarrado a un orden que hasta la fecha no le ha dado ningún rédito. Porque siempre hay un fallo. Siempre hay un despiste, un balón de rebote, una acción polémica con el colegiado o un gol que se podía evitar. Y ayer no fue menos.

La película pudo cambiar si Peñaranda mete dentro el cabezazo que Barbosa le sacó abajo en le 54', casi en la única ocasión peligrosa del conjunto blanquiazul, pero realmente tomó un rumbo diferente cuando Sansone entró en el 64' por Chuca. El italiano tuvo la lucidez y el acierto que hasta el momento no habían tenido sus compañeros. Y primero aprovechó un mal despeje y peor repliegue malaguista para abrir la lata (68'). Luego, ocho minutos después otra acción rápida para poner la puntilla.

Después ya no hubo mucho más. Bueno sí, hubo tiempo para que Recio viera la quinta amarilla, que le impedirá estar en la final de la próxima jornada contra el Deportivo. Sí, otra final. Y las que quedan por venir...