Tres puntos de oxígeno en un desierto de penurias. Ayer fue la gloria, hoy puede parecer que es un botín nimio, pero la realidad es que abre todo un mundo de optimismo y posibilidades para el malaguismo. Porque el triunfo de ayer en Anoeta es media vida. Fue la victoria del «menos mal». El abrazo del moribundo o la alegría del deprimido. Ganar suponía volver a vivir, reengancharse a la locura del fútbol cuando al Málaga ya lo daban por muerto. Vencer, alzar los brazos al cielo y gritar con fuerza que el Málaga vuelve a ganar es el éxtasis. Eso es un triunfo, un zarpazo casi inesperado que levanta la moral de la tropa malaguista y le hace tener fe.

Porque ayer el Málaga CF tenía que ganar y lo hizo. No sabemos si era una final, posiblemente sí, pero el compromiso y la entrega blanquiazul -ayer de naranja- encontró la recompensa esperada. Nadie se escondió y juntos, como un equipo, salieron hacia adelante. No hubo florituras. No fue un partido virtuosista ni tampoco de los que rescatar en la videoteca. Pero se ganó. Y los tres puntos son un soplo de aire fresco para la plantilla, el técnico y para el malaguismo, que ya mascaba un trágico desenlace si no se conseguía ganar en Anoeta.

Y se ganó. Y si hace falta repetirlo cien veces en esta crónica, pues se hace. Porque ganar era clave después de cómo se habían desarrollado los acontecimientos en la jornada. Y porque este Málaga necesita creer en tangibles y en hechos materiales, no sólo en actos de fe.

El Málaga de hoy poco o nada tiene que ver con el que arrancó el curso. Es un equipo hecho, que sabe a lo que juega y que tiene jugadores que han dado un paso al frente. Está claro que no tiene la calidad para caminar sin preocupaciones por Primera y que las limitaciones de la plantilla -ayer los tres cambios de Míchel fueron dos jugadores del filial y otro que tiene 20 años- son un lastre contra el que tiene que combatir jornada sí y jornada también el técnico. Pero al menos también quedó de manifiesto ayer que esta plantilla no era tan mala como la pintaban al principio de curso, que había mimbres para hacer mucho más de lo que se vio en esa etapa oscura y que con trabajo, constancia y preparación, cualquier equipo puede pelear en casi cualquier escenario, ya sea el Camp Nou, el Bernabéu o Anoeta.

Porque en la matinal del domingo, el Málaga cerró de un carpetazo la sequía que acumula lejos de casa. Siete salidas sumaba besando la lona una y otra vez, pero a la octava fue la vencida. Y en la casa de un rival con pedigrí europeo, que no es poco, aunque esté en horas bajas.

Pero ayer hubo mucho de mérito malaguista, no fue casualidad. Míchel preparó un partido a conciencia. Cerró la zaga, le dejó el balón a los donostiarras pero sobre todo, presionó su salida incluso desde que Rulli ponía en funcionamiento el juego. Y el resultado no pudo ser mejor. Cortocircuitó la línea de creación txuri urdin y fruto de ello generó las mejores ocasiones de gol malaguistas.

La Real de Eusebio no atraviesa su mejor momento, tiene dudas en la zaga -con el exmalaguista Llorente todo es posible- y además, arrastraba cansancio del pasado jueves al repetir prácticamente alineación.

Así que salió el Málaga serio y confiado en sus posibilidades. Y con el orden y la presión, todo siguió su cauce natural. En una de esas, Keko presionó a su par, Bastón anduvo listo y Rulli le hizo penalti claro. Hubo cierta confusión porque parecía que Del Cerro Grande aplicaba ley de la ventaja y que Bastón había fallado la finalización, pero en la ejecución de la pena máxima no perdonó (24’).

Con viento a favor, el Málaga fue otro. Supo aprovechar su dominio en el marcador, lo administró con destreza y sin nerviosismo, e incluso tiró mano del otro fútbol para arañar segundos al cronómetro. Pero sobre todo, no se metió en la cueva de Roberto. Siguió presionando arriba e incluso anularon un gol a Peñaranda por falta previa, aunque parecía que no lo era. Al descanso, victoria momentánea y merecida del Málaga.

Pero en la reanudación, más de lo mismo. El Málaga siguió firme, aunque Willian estrelló un balón en la madera cuando tenía todo a favor. Pero ayer el conjunto blanquiazul fue valiente y su entrenador, también. Con el 0-1 en el marcador y la lesión de Peñaranda, posiblemente en otras circunstancias habría dado entrada a un jugador para reforzar la contención. Míchel metió a En-Nesyri en el césped. Entendió que la primera línea defensiva estaba en el área rival. Y la jugada le salió de maravilla porque le marroquí provocó el segundo penalti.

Esta vez Bastón lo falló, pero Chory estuvo rápido y listo para empujar el rechazo (59’). Quedaba un mundo de partido y una renta importante por defender. Pero el Málaga fue un frontón. Tanto que Roberto sólo tuvo trabajo en un par de ocasiones. Perfecta la zaga que amortiguó la reacción local para mantener la portería a cero y traerse los tres puntos para Málaga. Vida extra para el malaguismo.