Una jornada más que se confirma que el Málaga CF es un muerto que se pasea con tristeza por los campos de Primera, un cadáver que sólo recibe vejaciones deportivas, una tras otra desde que arrancó la temporada. Y todo sin visos de tener fin. No hay respuesta ni emociones, más allá de las lágrimas malaguistas que se derraman al término de los últimos partidos. No hay constantes vitales sobre el verde ni desde la zona noble, ya sea desde Catar, París o Dios sabe dónde estará ahora el propietario de este club, que lo ha dejado tirado en una esquina como si fuera un juguete roto que ya no le gusta. Una situación vergonzante que también se está llevando por delante la camiseta, el escudo, la afición y mancillando, por ejemplo, el duro trabajo de todos esos trabajadores que despidieron ayer por la mañana al equipo al grito de «¡Sí, se puede!», que también son el Málaga CF, pero que visto lo visto otra jornada más es como el que va a visitar a Lourdes: Es decir, un puro acto de fe. Porque ahora mismo pensar en que este Málaga salga a flote es eso, cargarse de optimismo y caminar con los ojos cerrados a lo desconocido. Desafiando al destino sin nada que ofrecer a cambio. Ni siquiera valentía para tomar decisiones.

No. No busquen milagros ni argumentos inverosímiles. El Málaga peleará con mayor o menor acierto, pero si en toda la primera vuelta el conjunto blanquiazul se ha arrastrado por la categoría, a buen seguro que no tiene más destino que el que le espera. El malaguismo ha pasado de ver en menos de un mes los clavos ardiendo a los que podía agarrarse para salvarse a convertirlos en clavos que apuntalan lentamente el ataúd del descenso. Porque descender es la verdadera muerte deportiva. Y no nos engañemos, ahora mismo el Málaga CF tiene todas las papeletas para irse al hoyo sin oposición.

Y eso que la responsabilidad hace tiempo que dejo ser de los jugadores. Ellos, como se demostró anoche en la gélida visita al Coliseum de Getafe, están superados. Ya no son futbolistas al uso, aunque en sus impolutas camisetas blanquiazules pongan sus nombres y sus dorsales. Son hombres sobrepasados por las circunstancias, atenazados y miedosos. Jugadores, algunos de dudosa capacidad para estar en esta categoría, incapaces de salir del lío en el que se han metido. Ya sea por confianza, autocomplacencia para no abandonar su estado de bienestar, ignorancia de lo que se les venía encima o por culpa del que está más arriba. «Sólo son simples soldados», que diría alguno, pero que en este caso no saben ni disparar un fusil en condiciones.

Ellos también son víctimas, a su manera, como el resto del malaguismo. Pero tienen la santa bendición de poder correr, pelear, bregar y maldecir dentro del campo. De luchar hasta el final hasta que las matemáticas digan que ya no hay más. Pero no pueden sentir la impotencia ni la vergüenza ni tampoco la desazón del malaguista que sólo puede insuflar ánimos desde la grada o desde su casa, sentado en su sofá subiéndose por las paredes, comiéndose las uñas o acostándose sin cenar tras ver el enésimo despropósito.

Tampoco hay redención para Míchel, que no ha podido ni ha sabido sacarle prácticamente nada de jugo a este equipo. Su bonito envoltorio hace tiempo que se cayó, pero nadie ha ido a recogerlo en una sensación de desamparo que incluso le desconcierta. Y lo que antes era un discurso amortiguador ahora se ha convertido en vacío y sin respuestas reales. Ni futbolísticas ni sensoriales. Y aunque, como es lógico, en el ideario de un entrenador no entre nunca la opción de rendirse ni de dimitir, la inacción sobre su figura es otro clavo en caja de pino. Al técnico sólo le falta gritar que lo echen ya. O al menos esa es la sensación derrotista que le acompaña en las últimas ruedas de prensa post partido.

Por todo ello el Málaga CF ahora mismo está roto. Pese a los esfuerzos por fichar, por reforzarse y por cambiar más de la mitad del once que arrancó el curso. Ahora mismo este equipo es una trituradora. Y a las pruebas nos remitimos, porque con once puntos de cincuenta y siete posibles poco se puede hacer. Cuatro jornadas seguidas perdiendo, contra equipos de similares prestaciones, e incluso sin marcar un solo gol. Es más, casi sin ocasiones claras de gol.

Entonces en Getafe tuvo que pasar lo que tenía que pasar, otra derrota. Es cierto que el Málaga mejoró con respecto al partido del Espanyol. Que Miquel e Iturra le han dado cierto empaque a la zaga. Que Bueno dejó detalles para pensar que puede aportar. Y que a ver cómo se cierra el mercado. Pero el déficit de este equipo es tan mayúsculo que pocos ya levantan la mano para subirse a su barco.

Anoche aguantó el tipo hasta que Cala (74') marcó en una jugada de estrategia. Pero el Málaga ya va con urgencias a las citas, no le vale con ser competitivo y no desarmarse. Ese tiempo ya pasó, por desgracia. La exigencia ha subido un punto. Y este Málaga, de momento, no está para mucho más.