La de anoche posiblemente haya sido la derrota más cruel para el Málaga CF de las últimas fechas. Y éstas suelen llegar sin avisar, de sopetón para clavarse como un puñal y cortar de raíz cualquier atisbo de esperanza. Anoche el Málaga CF al fin mereció ganar. Y por un momento nos ilusionamos con la remontada, nos creímos que este equipo podía volver a vencer, nos ilusionamos con hacer cábalas, pensamos que con esa entrega y ese derroche sería suficiente para sumar al fin tres puntos de oro, un triunfo con el que el malaguismo se subiría a una cresta de la ola formada por el optimismo que acredita ganar al tercer clasificado de LaLiga. Pero cuando estás sacando la cabeza y te la hunden duele más. Y el guantazo de realidad fue tan doloroso que no hubo fuerzas ni para gritar de rabia. No hubo energía ni para reprocharle al árbitro al final del partido que había mangado un gol legal minutos antes, no hubo casi aliento para empujar en el último ataque de la noche, donde Roberto subió a la desesperada en busca de un gol que sólo está reservado para los elegidos y que suceden en esas historias con final feliz.

Tras el gol de Parejo de penalti hubo silencio. Sepulcral, doloroso y lleno de miedo hacia lo desconocido. Todo el mundo ya sabía que era la puntilla, que no había opciones de reacción ni anoche ni en lo que resta de campeonato. Porque quizás ayer pasó de largo el último tren por la permanencia. Es imposible pensar en otro final con tantas desdichas en la mochila de este equipo a lo largo de la temporada.

Ésta historia no será feliz. Y aunque nos duela, acabará con los huesos del Málaga en Segunda. Nadie se levanta de un estocada como la que lleva el conjunto blanquiazul este año.

Y buena parte de culpa la tuvo anoche el árbitro, que condenó al Málaga al no dar por válido un gol de Diego González al poco de arrancar la segunda mitad. Cualquier análisis del partido pasará irremediablemente por esa acción, en el minuto 57 anulada por una falta inexistente de En-Nesyri en la puja del balón que precede al tanto del zaguero malaguista.

Una acción rápida donde lo fácil es pitar a favor del equipo grande. Donde se discute al delantero y su capacidad para ganar al defensa. Pero que fue de una limpieza pasmosa. Con ese 2-0 que hubiera subido al marcador, el desenlace habría sido otro. No es una suposición, es una afirmación rotunda.

Porque antes, durante e incluso después, el Málaga mutó en un equipo serio y con oficio. Lo demostró desde el primer minuto, controlando cada una de las acciones de peligro de un Valencia que tiene puñales en las bandas y dagas en su delantera. Salió con la lección aprendida el conjunto blanquiazul, harto de verse sorprendido una y otra vez. Por eso achicó al equipo de Marcelino, lo amarró en corto y le cortocircuitó sus señas de identidad. No era un gran Málaga, pero sí sabía de qué iba la película.

Cada balón dividido era una batalla sin tregua. Y ahí Iturra emergía como un coloso. En sus escasos 173 centímetros no podía haber más derroche y entrega. Junto a él, un Ideye que crecía, asustaba y se peleaba con los centrales rivales. Y sobre todo, una zaga atenta y eficiente para evitar males mayores a Roberto.

El partido fue por los derroteros que el Málaga quiso. Y en una acción a balón parado, ¡pum! El gol que llevaba meses resistiéndose en Martiricos al fin llegó. Ideye, en un córner a los 27 minutos de juego, le puso la firma.

Comenzaba otro partido, el de ralentizar cada acción, cada falta, cada recuperación o cada despeje. El Málaga intentó desentenderse del balón, pero el Valencia seguía estrellándose con un muro. Al descanso, la ventaja malaguista era justa.

Y en la reanudación, el Málaga salió a morder. Metió al Valencia en su campo a base de balonazos laterales y empuje. Y fue en el 56 cuando el señor Trujillo Suárez -canario, casualmente-, cometió la fechoría de la noche. Gol anulado a Diego González inexplicablemente.

El Málaga no desistió. Y en épocas pasadas, esa acción habría sido suficiente para autoflagelarse e inmolarse. Pero siguió. Y empujó con Ideye. Y busco a En-Nesyri y peleó con el Chory.

Pero Marcelino movió ficha. Metió a Zaza y Rodrigo. Y el partido tomó un camino peligroso. En el 80´, el Málaga ganaba 1-0. En el 85´ ya perdía 1-2 y estaba con un hombre menos. Lo que pasó entre medias ya es conocido, pero es más achacable al mérito che que al demérito malaguista. Porque Coquelin levitó para poner el empate en un córner (80´). Y porque Guedes encontró a Rodrigo con un pase milimétrico y provocar el penalti y la expulsión de Miquel.

Un lanzamiento que no falló Parejo (85´) y que fue la sentencia para un Málaga que ya estaba moribundo.

¿Qué le debe haber hecho este Málaga al destino para que sea tan cruel con él? Eso mismo se debió preguntar José González minutos después de terminar el partido en la soledad de Martiricos, sobre el césped y con La Rosaleda vacía. Allí, con la mirada perdida y con los brazos cruzados, mascó la derrota. No hay una explicación lógica, pero al menos debe saber que éste sí es el camino correcto. ¿Hacia dónde? Ya se verá...