Sandro fue como uno de esos perfumes caros, esos que se guardan en tarros pequeños para disfrutar cada una de sus gotas. Pero por fortuna, el menudo jugador canario desparramó su infinita calidad por La Rosaleda durante ocho temporadas mágicas. Porque cuando Sandro, Carlos Alejandro Sierra Fumero (Las Galletas, Tenerife, 14 de octubre de 1974), tomaba el timón del Málaga CF, el malaguismo entraba en estado de combustión. Aún hoy, una década después de su retirada, en Martiricos se recuerdan jugadas del «23» -el número de los jugones-, pases milimétricos, regates imposibles y carácter, mucho carácter sobre el verde para ser uno de esos jugadores imposibles de olvidar pese al transcurso de los años. Un gran talento comprimido en sus 170 centímetros de estatura que vistió de malaguista 230 partidos y que revolcó el coso blanquiazul en varias tardes de gloria.

Si se afina el oido en La Rosaleda cuando está vacía aún resuena aquella frase inconfundible que era como un grito de guerra: «Qué bonitos, qué bonitos son los pases de Sandrito». Se coreaba en una acción mágica del canario con su eterno idilio con le balón. Porque Sandro, como jugador, era generoso en el ataque. Quizás no sacrificado, ni evidentemente defensivo, pero su talento le permitía tener un don de cara a la portería rival. Y aunque su falta de gol -sólo marcó seis tantos de malaguista- fue uno de sus hándicaps y le impidió afrontar cotas mayores, su grandísima visión de juego no le restó ni un ápice de mérito, cariño y afecto por parte del malaguismo.

Sandro aterrizó en el Málaga CF en el último año en Segunda B del conjunto blanquiazul, en un proyecto que comenzaba a poner todos los ingredientes para volver a la elite cuanto antes. Lo hizo tras haber debutado incluso con el Real Madrid. Y desde entonces, jugó en la categoría de bronce para conseguir el ascenso, lo hizo también en Segunda con el mismo resultado, en Primera e incluso en Europa, con aquella Copa de la UEFA inolvidable. Un recorrido mágico que fue interrumpido con su salida al Levante en el fin de la era Peiró, pero que retomó para afrontar el tramo final de su carrera.

Por el camino, miles de historias como las que se recogen en el libro «Mi último pase», biografía del icónico centrocampista. Pero Sandro se retiró en el Málaga CF en la temporada 07/08, siendo partícipe en el último ascenso blanquiazul y sumando su tercero como malaguista. Su legado, aún así, es imborrable. No necesariamente son los más veteranos del lugar los que recuerdan sus pases y su juego. Ese tira y afloja eterno con Peiró, que en más de una y de dos ocasiones lo utilizaba de revulsivo, fue también el picante de la entrañable relación entre ambos.

Pero Sandro dejó más huella que la futbolística en Málaga. Su carácter afable y bromista era una de las grandes herramientas del conjunto blanquiazul de entonces. Con los «Pichitas», los míticos utileros del Málaga, formaba un grupo letal entre bambalinas que no hacía sino estrechar los lazos de unión del vestuario.

Sandro, cuando colgó las botas, no colgó con ellas su malaguismo. El menudo jugador continuó ligado al club blanquiazul y formó parte de la dirección deportiva malaguista varios años más. E incluso llegó a ser pregonero de la Feria de Málaga en verano de 2008, en una demostración de que era y es una figura integrada en la ciudad y que traspasó lo futbolístico.

Ahora Sandro vive alejado del mundo del fútbol, en la empresa familiar dedicada al transporte privado. Sigue desde la distancia al Málaga CF, donde dejó huella. Pero el malaguismo no olvida a Sandro y su fútbol, que siempre será eterno.