Con lágrimas de impotencia, de rabia, de desesperación, de frustración, de emoción... Así se despidieron mutuamente esta noche sobre el césped de La Rosaleda, más de un cuarto de hora después de terminar el partido contra el Deportivo. Fue impactante ver llorar como niños a Adrián, a Keidi, a Pau Torres (recién llegado este curso a Málaga y con billete de vuelta a Villarreal ya en el bolsillo), a Juankar, a Luis Hernández...

No menos impacto fue mirar a la grada y ver a tantos niños, jóvenes, hombres, mujeres, con la mirada perdida, tristes, llorando como si no hubiera un mañana, pero aplaudiendo al mismo tiempo a rabiar a sus jugadores, especialmente al marroquí Munir, protagonista accidental de la jugada que significó el 0-1 y que dejó sin ninguna opción de remontada al Málaga CF en el esprint final del partido.

Ni un solo pero se le puede poner a la afición del Málaga CF en el antes, el durante y el después del partido. La Rosaleda fue una olla a presión, un «infierno» para el rival y un estímulo continuo para su equipo desde mucho antes de empezar el partido y durante ese buen rato después del pitido final en el que, entre otras cosas, se gritó un unánime «Víctor quédate» dedicado al técnico madrileño que sustituyó a Muñiz en el tramo final de la Liga y que sin el objetivo del ascenso consumado no tiene asegurado su puesto en el banquillo blanquiazul el próximo curso.

Desde antes de las 19 horas ya era imposible circular por el entorno de Martiricos, con una afición enloquecida esperando el autobús de su equipo. El recibimiento al equipo fue apoteósico, con bufandas, banderas, bocinas e incluso botes de humo.

Si fuera del campo la entrega de la afición fue máxima, las 30.000 almas que llenaron las gradas de Martiricos (había una pequeña representación de deportivistas) se dejaron literalmente la garganta desde que ambos equipos asomaron por el túnel de vestuarios para calentar hasta el pitido final. Una lección de amor a los colores blanco y azul que tuvo su momento de máxima emoción con equipo y grada llorando al unísono minutos después de la eliminación.