No dejan de pasar cosas en el lugar donde ocurre de todo en las oficinas y en los tribunales. Pero cuando el balón rueda todo se olvida. Se aborrecen ya los acrónimos que monopolizan la actualidad. Que si ERE, que si AFE, que si BOE... Lo que sirve de bálsamo es el gol, es el triunfo. Lo que más importa y más se valora cuando es exactamente una piedra en el zapato. «Hay que mejorar la faceta ofensiva», decía Pellicer en la previa. Lo que no imaginaba era lo de llevar dos victorias en tres partidos con dos obras de arte decisivas. A cual más fino y deslumbrante. Hoy le tocó al CR7 en versión terrenal que juega en el Málaga. Porque se llama Cristian Rodríguez, porque lleva el siete y porque su volea de empeine vale tres puntos.

El ambiente de La Rosaleda era desolador, con un sonido enlatado a años luz del vocerío de la afición, ese viento y esa marea capaz de ganar partidos. Pareció entrar huérfano de emoción el equipo malagueño, sólido en defensa y bien plantado en el campo con el 4-4-2 que eligió Pellicer, aunque sin colmillo arriba. Atascados en campo propio, solo los balones en largo a Caye Quintana y Orlando Sá desahogaban, mientras que la pelota tenía dueño y vestía de amarillo. El reloj corría lento como lento corría el juego, sin mucho que decir por parte de los dos equipos. Aunque el primero en romper el hielo fue el Alcorcón. Dani Barrio tuvo que entrar en calor, un aviso que respondería el Málaga 10 minutos después con el intento de Caye tapado por Javi Castro. Poca cosa en la práctica.

El peligro no existía y no pasaban cosas más allá de un disparo lejano de los madrileños y un cabezazo invalidado por falta de Orlando Sá, peleón hasta la saciedad, algo innegable en su primera titularidad. Todo andaba soso hasta que el salero lo puso Cristian, en el mejor momento (minuto 43). Un centro de Matos desde la izquierda lo enganchó el gaditano con una semivolea estéticamente preciosa, perfecta de potencia y compleja de colocación para Dani Jiménez, que llegó a tocar pero no a evitar. Chispazo de calidad para ponerse por delante y marchar al descanso por las nubes. Era un dejá vù a Castalia. Otra vez un tanto magistral. Quedaba cerrar o aguantar el resultado en los 45 minutos restantes.

Y se optó por lo segundo. En la reanudación todo comenzó con cierto descontrol, con los amarillos queriendo proponer algo que no les alcanzaba. El Málaga era impermeable atrás, un muro de hormigón con dos centrales imperiales. Escassi estuvo a la altura de su primera capitanía y Juande recupera el nivel que ya demostró, flanqueados por dos laterales defensivamente notables como Matos y Calero.

El recital, uno más, de Ramón en el centro del campo equilibró con balón y Benkhemassa sacó de quició a Boateng, que terminó expulsado por doble amarilla. Rahmani lo intentaba por banda con más intención que veladas pasadas, Caye siguió en busca del gol y Jozabed debutó sin hacer ruido. Del Alcorcón ni rastro en ataque. Dani Barrio blocó una falta al borde del área de Sosa y ahí acabó su partido. Resistir con calma era el único objetivo para los de Pellicer, estaba toda la piel vendida.

Para la guinda, el debut del octavo canterano malaguista en LaLiga Smartbank este año: Juan Cruz. Sin ruido, sin aplausos, sin alegría en forma de cánticos. Así llegó la victoria en el regreso al templo silenciado. El Málaga es trabajo, es cantera, es defensa, es equilibrio y no es gol, es golazo. Ramón primero, Cristian después. Son destellos para seguir sumando y sonriendo.