El paradero de Agnese Klavina sigue siendo una incógnita tan estremecedora como imaginar la causa y la forma en que falleció. Más de un año y medio después de su desaparición, su cuerpo no ha sido encontrado, legalmente no hay muerte ni homicidio, pero si hay algo que los policías y el juez que se han dejado la piel en este caso tienen claro es que la joven letona no desapareció de forma voluntaria. Y que murió porque la mataron. También consideran desde el principio que los británicos Westley Capper y Craig Porter están implicados hasta las cejas, razón por la que van a ser juzgados como presuntos autores de un delito de detención ilegal agravada, según el auto de procesamiento que ya ha lanzado el Juzgado de Instrucción número 5 de Marbella y en el que ya no aparece el cargo de homicidio, tal y como han confirmado a La Opinión de Málaga fuentes del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía (TSJA). Mientras tanto, siguen en libertad con la obligación de acudir al juzgado dos veces al mes.

Aunque durante meses estuvieron imputados por homicidio y detención ilegal, la ausencia del cadáver y de confesiones han obligado al juez a retirar el primer cargo. Los sospechosos no deberían celebrarlo demasiado. Las sospechas de que la desaparición de Agnese esconde algo más que su muerte han llevado al instructor a acusarlos por un delito que implica penas de cárcel similares al de homicidio, según explican fuentes judiciales y el propio artículo 166 del Código Penal: «El reo de detención ilegal que no dé razón del paradero de la persona detenida será castigado con una pena de prisión de 10 a 15 años en el caso de la detención ilegal». La condena, en cambio, oscilaría entre los 15 y los 20 años de cárcel si se cumpliera una de estas dos circunstancias. Que la víctima sea menor de edad, que no es el caso, o si el autor hubiera llevado a cabo la detención ilegal «con la intención de atentar contra la libertad o la indemnidad sexual de la víctima, o hubiera actuado posteriormente con esa finalidad», apunta la última disposición.

Hasta donde llegan los indicios y los testimonios obtenidos por el Grupo de Homicidios de la Policía Nacional, Westley -hijo de un multimillonario británico asentado en Marbella-, y su inseparable Porter fueron los últimos en ver a Agnese la madrugada del 6 de septiembre de 2014. Tras una larga noche de fiesta en la discoteca Aqwa Mist, ella decidió estirarla pese a que todos sus amigos se marcharon. Lo que pasó dentro de la sala no está tan claro como lo que ocurrió fuera. Las cámaras de seguridad de la discoteca registraron uno de los pilares de la investigación, que no es otro que los acusados y un empleado del local dirigiendo e introduciendo en el Mercedes de Capper a Agnese, que evidenciaba haberse excedido con el alcohol. Según fuentes cercanas al caso, en la escena no se observa violencia, si bien en un último momento ella abre la puerta para salir del vehículo y ellos la cierran para impedírselo. El coche se marcha y Agnese Klavina, que en ese momento tenía 30 años, desaparece para siempre.

Sin saber nada de ella, sus amigos la buscan en casa. Sólo encontraron su documentación y tarjetas de crédito. La madre y la hermana de la joven, alertadas, viajaron desde Letonia hasta Marbella para sumarse a la denuncia formal del jueves 11. Los investigadores obtuvieron el vídeo por esas fechas, in extremis, ya que la grabación estuvo a punto de borrarse. Pidieron explicaciones a Capper, Porter y al trabajador de la disco. El primero declaró que dejó bajar a Agnese del coche minutos después de que subiera, sobre las 6.00 horas y en una carretera muy cercana a la sala de fiestas; el segundo, que no recordaba nada porque se quedó dormido en la parte trasera del vehículo; y el tercero no quiso colaborar y hasta fue arrestado por obstrucción a la justicia.

Sin embargo, lo que desencadenó la detención de los dos amigos fue otra grabación, esta vez en el puerto deportivo de La Duquesa, en Manilva, donde la familia Capper tenía una lancha atracada. Este vídeo delata a un grupo de hombres que arrastran una gran y pesada maleta hasta la embarcación, que zarpó mar adentro y finalmente buscó amarre, esta vez en el litoral de Murcia.

Las imágenes de esa jornada, grabadas días después de la desaparición y antes de la denuncia, y la sospechosa ruta que quedó registrada en el GPS del barco no son las únicas bazas de los investigadores, que entre los argumentos que llevarán al juicio cuentan con algunas conversaciones telefónicas de los sospechosos que sugieren que algo muy, muy gordo les había pasado.

Las pruebas de ADN realizadas con los restos biológicos hallados en el coche y el barco no han sido relevantes para las pesquisas, pero esto no ha provocado que los investigadores se alejen lo más mínimo de la hipótesis que la familia de Agnese tiene absolutamente asumida. Que murió de forma violenta y que su cuerpo fue arrojado al mar.