Después de haber defraudado a millones de espectadores y militares jubilados con `Pearl Harbor´, aquel malogrado largometraje -no se sabe si bélico, antibélico o rosa- cuyo mayor interés se desprendía de la lección impartida por Ben Affleck, quien se dedicó a mostrar al mundo entero cómo vender en Hollywood la más sonrojante de las interpretaciones, Michael Bay, también responsable de la desechable saga de `Bad Boys´, parece haber depurado su tosquedad en `La isla´, cinta en la que si bien no logra tenerlas todas a su favor sí rezuma una mayor dedicación estilística, además de abrir un debate sobre las investigaciones y experimentos de clonación.

Siguiendo la línea de todas sus producciones, Bay no abandona la predilección por la acción, pero esta vez introduce en ella al espectador de manera pausada y sin embotellamiento argumental. El origen de la trama parte de un mundo futuro en el que sus habitantes se encuentran herméticamente encerrados y bajo un férreo control. El exterior, devastado por la contaminación, se propone como el mayor deseo de los habitantes de ese micro universo, del que sólo podrán salir si son agraciados por el azar: una suerte de bonoloto premia con el traslado de residencia a un lugar al aire libre y puro -la isla- a los elegidos. El joven Lincoln Eco-Seis, encarnado por un solvente Ewan McGregor, comienza a cuestionar las totalitarias reglas que rigen la vida de dicha comunidad hasta dar con el verdadero sentido de la misma y con la trágica razón de su existencia. Sin que haya lugar para una transición en el estado anímico del personaje ante tal descubrimiento, el primer gran error de guión, éste se propone huir a toda costa, arrastrando con él a Jordan Delta-Dos, interpretada por Scarlett Johansson. Desde ese momento, el ritmo de los acontecimientos se acelera hasta alcanzar velocidades de absoluto vértigo.

Debate moral. Descubierta la ilegal creación de seres clonados por parte de una empresa corrupta, de la que cuelga un Picasso en el despacho central -que acaba siendo el tema de una conversación absurda sobre élites sociales-, arranca el debate moral del filme, que pone sobre el tapete lo conveniente del avance de la ciencia en dicho sentido para, al mismo tiempo, advertir de que una mala gestión de las investigaciones podría servir para crear un almacén humano de piezas de repuesto.

Aunque el mensaje es constante, las piruetas imposibles de los protagonistas en su carrera por denunciar la existencia de la fábrica en la que han sido creados lo relegan a un segundo orden, lo que supone el más imperdonable desbarajuste del filme. Quizás el gran acierto de `La isla´, cuya trama posee un desarrollo fluido y atractivo, sea el reflejo de un futuro no muy lejano similar al descrito por George Orwell en `1984´ y el exquisito sentido del diseño futurista que muestran algunos escenarios.