Anda el secretario de Organización del PSOE, que es el `número dos´ del partido y uno de los personajes políticos quizá más cercanos a Zapatero, provocando lo que a mi juicio es un sano escándalo político. A José Blanco, `Pepiño´, lo llaman algunos en su propio partido, entre cariñosa y humorísticamente, Pepiño Grillo. Una especie de conciencia crítica de los socialistas, una voz que dice lo que muchos piensan y, por miedo escénico, por aquello de prietas las filas o por un mal entendido sentido de la disciplina orgánica, callan.

Primero supimos que opina desfavorablemente acerca de la labor última del director general de la Guardia Civil, general Carlos Gómez Arruche, que, sin embargo, había sido respaldado previamente por el mismísimo Zapatero. Luego criticó la marcha estatutaria del tripartito catalán, convirtiéndose en una nueva `bestia negra´ para la Generalitat y el Govern de Cataluña, que le han instado a que se calle, tras hacer lo mismo con Alfonso Guerra. Como si la sustancia de un político, de un hombre libre, no radicase en poder expresar sus opiniones libre de coacción.

Parece claro que los grandes temas del regreso político, de este otoño político que se presenta tremendo, van a ser el territorial, por un lado, y la seguridad, por otro. Las dos cuestiones sobre las que el `número dos´ socialista se ha manifestado tan polémicamente. No me cabe en la cabeza que Blanco, que se define a sí mismo como `la voz del PSOE´, al menos como la voz oficial del PSOE, pueda emitir, nada menos que ante las cámaras y micrófonos de una agencia como Europa Press, de gran difusión nacional, opiniones contrarias a las de Zapatero. Tendremos que convenir, para no volvernos locos, que lo que Blanco dice está perfectamente medido y meditado. Y consensuado.

Conozco algo a José Blanco, injustamente menospreciado en los inicios de aquel 35 congreso que llevó a Zapatero al poder. Luego, todos le hemos ido ganando respeto. Siempre dice lo que piensa, en público y en privado, y me parece que piensa bastante lo que dice, al menos casi siempre. No es una de esas figuras herméticas, un `hombre del aparato´, y sí un político cuyas tesis suelen conectar con las del común de la opinión pública.

Y, por mucho que uno intente mantenerse comprensivo, nadie podrá decir que Gómez Arruche -un nombramiento, el suyo, que ya fue polémico desde el primer momento- estuvo afortunado en sus declaraciones, tan benévolas para el teniente presunto torturador, sobre el `caso Roquetas´.

Y menos aún se puede decir que la marcha del Estatut catalán hacia las Cortes españolas no esté resultando cuando menos errática, preocupante y algo escandalizadora para la opinión pública española. Tiene ante sí el PSOE, en la semana que entra, un par de reuniones potencialmente preocupantes: la de su Ejecutiva y la de su Comité Federal, al que se unirá el encuentro del Consejo Territorial. Nada menos.

He escuchado voces socialistas que señalaban que ahora el PSOE no es aquél de los comités federales silentes y aplaudidores. Y la refriega con el PSC, con los hermanos catalanes, está siendo, en los subterráneos, de aúpa. Está claro que en el PSOE los `veteranos´, comenzando por Felipe González y Alfonso Guerra, se muestran en contra de la marcha estatutaria impuesta por Maragall, que hace los equilibrios que puede, y puede poco, entre el socio Esquerra Republicana y la deseada oposición que representa Convergència i Unió.

Se sabía que ministros como Bono, López Aguilar o Sevilla mantenían posiciones discrepantes en la cuestión territorial respecto de las que pudiesen tener, o eso imaginábamos, el propio Zapatero o Montilla. Sabíamos asimismo que una parte de los presidentes autonómicos socialistas, con el andaluz Manuel Chaves a la cabeza (y encima es presidente del PSOE), discrepaba de las nuevas tesis territoriales que se debaten en Barcelona.

Lo que no estaba tan claro, aunque se sospechase, es que el estamento más oficial del PSOE, que no oficialista, representado por Blanco, se alineaba tan claramente con las tesis antimaragallistas. Eso vuelve la situación insostenible, y hace que debamos contemplar con mayor interés aún esas cumbres socialistas que vienen y que, Blanco nos lo acaba de indicar, no tienen por qué ser un paseo militar de un Maragall que cree tener a Zapatero preso de sus promesas de aceptación incondicional de cualquier Estatut que venga del Parlament catalán. Hay que confirmar que, como se ve, se abre una etapa política apasionante.