La familia Guerrero trabaja el pan desde 1882. Ese año en Benalauría, en pleno Valle del Genal, fundaron una panadería que, generación tras generación, ha llegado a nuestros días. Ya son cuatro las generaciones y, prácticamente, todo sigue igual. Al menos, en el producto, pues el pan conserva el sabor artesanal y el olor a humo y leña.

Actualmente, el negocio está regentado por varios hermanos, entre ellos Mayte, para quien mantenerlo supone «un honor». Esta joven se puede pasar horas contando anécdotas de quienes la precedieron en esta actividad familiar, pero de lo que está más orgullosa es de mantener la receta de un pan que se sigue elaborando en un horno de leña con más de un siglo de antigüedad. «Hecho así, el sabor del pan resulta sabroso aunque lo comas una semana después. Ya no hacen pan así en ninguna parte», comenta Salvadora, fiel clienta diaria.

Pocas empresas como esta pueden sacar pecho de ser fieles a sus tradiciones. Fue a principios del siglo XX cuando sus bisabuelos decidieron dar la oportunidad a los vecinos de elaborar sus propios platos y cocerlos en el horno de leña. «Se hacía el Martes Santo porque ese día bautizaron a una de sus hijas. Desde entonces se convirtió en tradición», relata. Durante un tiempo la costumbre se perdió pero al reabrir sus puertas el local, hace poco más de una década, Mayte y sus hermanos recuperaron esta jornadas de puertas abiertas. «Es un símbolo de identidad», aseguran.

Todo surgió porque en sus inicios, a finales del XIX, además de fabricar sus productos, esta panadería realizaba el trueque, intercambiando con los vecinos harina, trigo y otros productos por pan. Así, aquellos que no disponían de molino ni horno podían convertir sus materias primas en pan. Para ello cerraban unos acuerdos previamente. «A cierta cantidad de trigo, por ejemplo, le correspondía luego un determinado número de kilos de pan», cuenta Mayte. «Yo creo que mis antepasados estaban tan agradecidos con sus vecinos que decidieron poner a su disposición el horno de leña, que era lo único que podían ofrecerles».

Así, cada Martes Santo un grupo de vecinos lleva a la panadería de los hermanos Guerrero suculentos platos para su cocción. La mayoría son dulces que luego disfrutarán estas fechas. «Yo traigo dos tartas caseras. Las he hecho otras veces, pero como salen en el horno de lecha, en ningún sitio» cuenta Raquel Guerrero, mientras se quita el pañuelo que lleva al cuello, porque en la sala hace calor, aunque el barro del horno natural aísle el calor.

La octogenaria Ana Ruiz lleva décadas acudiendo al establecimiento, pero «los Martes Santos me hacen tanta ilusión que no puedo dormir la noche anterior».

Este año, la costumbre también ha cautivado a los más jóvenes. Marina, Cristina y Marisa han preparado sus platos por primera vez. «Pero no será la última», gritan casi al unísono. Mayte puede estar tranquila: a la tradición le quedan años para rato.