La foto es de principios de siglo. En este caso, rigurosamente, aunque a la luz de los últimos acontecimientos adquiere un tono añoso casi bíblico, como uno de esos cuadros en los que las relaciones saltan a la vista por el hecho de que todo el mundo conoce el destino posterior de los personajes. En Alhaurín el Grande debería enseñarse en los colegios. Casi con el rango de materia obligatoria para entender la vida municipal de los últimos 15 años. En la imagen están todos, aunque a menudo con los papeles cambiados y hasta trucados. El único que falta es Elías Bendodo, que con su decisión de no respaldar el regreso a la alcaldía de Martín Serón ha escrito su nombre en una historia de ida y vuelta en la que el PP y el PSOE parecen haber caído en la misma ratonera, con el excalde y condenado por corrupción como indiscutible centro.

No es casualidad, aunque sí resulta irónico, que catorce años después del ascenso de Martín Serón al poder ambos partidos se encuentren en plena y ansiosa fase de reconstrucción para volver a los ruedos. Los populares, porque después de la anunciada marcha de sus ediles, no les queda más remedio. Y los socialistas porque, curiosamente, andan también gobernados por una gestora, en este caso por las desavenencias entre la agrupación local y la cúpula de Málaga.

La simetría no obedece a recorridos en paralelo, sino ardientemente imbricados. Cuando Martín Serón fue detenido en enero de 2007, probablemente Rajoy desconocía que el entonces alcalde, que días más tarde abundó en el balcón en teorías de la conspiración y encendidas invectivas contra Zapatero, se había unido en otro tiempo al PSOE en equipo de gobierno. Y que todo un peso fuerte de los socialistas en la provincia, Francisco Conejo, había aceptado formar parte de tan extraño monstruo bicéfalo, apurado como estaba por lograr que su partido retornara al Ayuntamiento.

Por más que al principio del proceso judicial los prebostes del PP quisieran ver a Martín Serón como un liberal de postín y hasta un ciudadano ecuménico, lo cierto es que su presencia en el partido, además de votos, le ha causado siempre a la dirección un enorme y recurrente dolor del cabeza. El primer síntoma se produjo a finales de los noventa, cuando el exalcalde, harto de esperar turno desde la retaguardia, decidió abandonar el partido y presentarse a las elecciones con un nuevo partido, el CAD, que acabaría pactando con el PSOE. La aventura terminaría nueve meses más tarde, con una moción de censura encabezada por la actual alcaldesa, Antonia Ledesma. A cambio de su apoyo, la dirección del PP ofreció a Martín Serón un regreso a casa repleto de parabienes. Y éste, ya con las siglas de los populares, se convirtió, frente a la indolencia del PSOE, en una máquina de ganar elecciones.

Precisamente, su tirón electoral afila la disyuntiva que en los últimos meses ha recorrido la sede del PP de Málaga. Bendodo sabe que la escabechina de Alhaurín arrebata a su partido un puñado de votos que puede resultar fundamental para el equilibrio de fuerzas con el PSOE y el mantenimiento de la Diputación, que es de pronóstico, a estas alturas, más que reservado. La historia siempre cíclica, siempre puñetera, se repite. Con un panorama electoral en el que de nuevo el PP se enfrentará presumiblemente a una escisión, quién sabe si dispuesta también a buscar la alianza con los socialistas. Conejo, exconcejal de Alhaurín, y Bendodo deberían olvidar rencillas y tomarse una copa. Ya les une algo más que la profesión. El mismo adversario.