­Esperanza elaboraba minuciosamente las dosis de sacarina para los diabéticos que estaban a punto de llegar, mientras atendía los encargos de clientes que recepcionaban los supositorios elaborados con manteca de cacao. La farmacia era un ir y venir de gente allá por los años cuarenta del pasado siglo. No faltaba el buen humor y las charlas en la rebotica cuando la regente recibía a sus dos hermanas y a sus amigas Clara y Pura.

Las fórmulas magistrales de cada paciente, que anotaba en perfecto orden en el registro, aún se conservan en los estantes de su botica. El característico olor de la antigua farmacia viene a la memoria de los más longevos del lugar a su paso por la calle Carrera número 54.

Ahora todo el que lo desee podrá conocer de cerca, en la biblioteca de Archidona, los entramados de la farmacia La Purísima que fue regentada por Esperanza Conejo Ramilo. La historia que sus estantes esconden se abre a los archidoneses.

Ricardo Conejo Mostajo, sobrino de Esperanza, tomó el relevo de la farmacia número 98 de Málaga, y aunque asegura «se me partía el alma que se perdiera la botica de toda la vida, donde de pequeño sentía su magia», después de algunos años la falta de espacio le obligó a cambiar el mobiliario. Sin embargo, la donó al ayuntamiento para que todos pudieran disfrutar de su encanto.

Esperanza nunca pensó en estudiar, pero los avatares de la posguerra y la vejez de sus progenitores la animaron a buscar una profesión para ayudar en casa y sacar adelante a sus cinco hermanos más pequeños. Su capacidad intelectual y su esfuerzo hicieron que en tres años acabara la carrera de seis. En los años cuarenta del pasado siglo a pesar de las antiguas mentalidades de la época la de farmacia era una profesión más femenina.

La botica que Esperanza Conejo Ramilo regentó desde el año 1945 data de principios del siglo XIX. Al terminar su carrera y estudiar las oposiciones compró a una viuda de la ciudad la farmacia. «Era una persona encantadora, muy dulce y religiosa y generosa de corazón, era una persona que se destacaba por su sencillez y por amabilidad te marcaba», expone su sobrino, quien indica que la boticaria era bajita y de ojos claros.

En aquella época Archidona era una ciudad más poblada que la actual, con unos 13.000 habitantes, por lo que la farmacia de La Purísima se mezcla con unas cuatro boticas.

En su interior muestra los instrumentos utilizados para la elaboración de los medicamentos elaborados por Esperanza. Y es que en aquella época los remedios para la salud no llegaban desde los laboratorios, sino que se fabricaban medicamentos «a la carta». Cientos de albarelos de vidrio y porcelana se distribuyen por los estantes con indicativos en etiquetas de papel.

Una de las experiencias más curiosas que recuerda Ricardo Conejo de sus visitas a la farmacia y el contenido de los albarelos es la prueba del embarazo: «era mediante un reactivo y si estaba embarazada moría la rana».

«Hay mucha gente que emigró en los años 70 a Barcelona o Alemania, y que cuando vuelven a Archidona de mayores para ver a las familias y recordar, cuando entran a la farmacia se quedan con una cara como diciendo ¿qué ha pasado en la farmacia? Hay mucha gente que le va a hacer mucha ilusión verla en la biblioteca», apunta.

Un infarto cerebral, que le provocó hemiplejia, obligó a Esperanza a abandonar su botica, provocando su muerte en 1994. Familiares y vecinos nunca olvidarán la sonrisa que les regalaba al llegar a su botica de la calle Carrera.