­La postguerra le marcó para toda su vida. En su niñez, el día a día le planteaba un reto, llevarse algo a la boca. Se guarecía del frío en un antiguo molino de aceite de su pueblo, Alozaina. Soñaba con poder comprar ese molino y ayudar desde allí a todas aquellas personas, que como él, tienen alguna necesidad en su vida. Esta es la historia de un hombre que puso todas sus propiedades, conocimientos y experiencias al servicio de los demás. Así nació la Casa de Acogida que lleva su nombre: Pepe Bravo, con capacidad para 50 personas y en la que actualmente viven 13, diez de ellas en régimen de acogida.

«Desde su fundación, por la casa han pasado más de 350 personas» con distintos problemas, cuenta la presidenta de la entidad, Mariló Cejudo. Desarraigo, exclusión social, maltrato, madres con hijos en situación de emergencia, personas sin familia, con adicciones o que necesitan un hogar...

«Todas las personas que hay aquí son diamantes a pulir. La autoestima, el cariño y el amor; el poner en valor y dar la importancia a cada persona es nuestro credo. Todos somos una familia, acogidos y voluntarios», afirma la presidenta mientras coordina las tareas de la casa. Mariló dejó su trabajo de funcionaria para vivir ayudando a otros y, a la vez, aprendiendo de los demás. «Se establecen unos vínculos afectivos mucho más fuertes que los vínculos entre personas que pasan ocho horas trabajando juntas. Aquí estamos siempre juntos y estos vínculos hacen que los que llegan a la casa vuelvan a creer en ellos mismos y en los demás. En el sentido de la vida, trabajando la autoestima o la confianza», relata.

La Casa de la Esperanza

Curro Gutiérrez es uno de los muchachos que vive en la casa rehabilitándose de distintas adiciones. «Compartir con los compañeros, sentirme útil... antes pensaba que sólo valía para estar en la barra de un bar. Ahora creo en mí».

Cuando llegó se percató que hay muchas historias parecidas a la suya. La convivencia y las experiencias de otros le han concienciado de que es sólo un bache en su vida. «Quien me conozca, verá una persona nueva. Y doy este testimonio porque para mí es un orgullo. Espero que sirva a otros».

Curro se crió en una carpintería, oficio que aprendió de su padre. «Cuando abrí la puerta del taller de carpintería pensé: estoy en casa». El fin de semana pasado, participó en la I Ruta de Arte de Alozaina, con un platero de madera y una mesa de estilo andalusí. Y es que en la casa pueden aprender un oficio para labrarse un futuro, como Yasir, un joven que ha descubierto su destreza en la cocina, donde prepara la comida diaria para sus compañeros y los menús que ofrece el restaurante solidario los fines de semana, principalmente a base de verduras y frutas.

Para que todo funciones es necesaria la ayuda de voluntarios que participan y colaboran en las tareas de la casa y apoyan al resto de personas. Es el caso de Francisco Guzmán: «Decidí hacerme voluntario porque he pasado por situaciones similares a las de ellos y qué mejor ejemplo que yo mismo para demostrar que somos válidos, nos haya pasado lo que nos haya pasado». Un espejo en el que algunos se miran y se apoyan para sembrar la esperanza de una vida mejor.

@Josemisepul