­En el ecuador del pasado siglo cientos de personas salieron de sus pueblos en busca del nuevo mundo. Aquel que les brindaría un futuro mejor que el ofrecido por su entorno. Los emigrantes de la posguerra salían con una mano delante y otra detrás, pero con esperanza y dejando a sus espaldas años de miseria y hambruna.

Las ilusiones se fraguaban nada más salir de sus pueblos con la mirada puesta en los contratos que les llevaban por Europa para enfrentarse a nuevas culturas, idiomas y trabajo.

Tras la Segunda Guerra Mundial Alemania, Suiza, Francia, Luxemburgo o Bélgica abrieron sus puertas para recibir a jóvenes entusiastas con ansias de dejar atrás su pasado. Desde Andalucía, cientos de personas también emigraron a otras regiones como Cataluña.

Aquellos jóvenes que acababan de cumplir la mayoría de edad sobre los años 50 ó 60 del pasado siglo han creado sus familias y han visto pasar su vida lejos de sus pueblos de origen, que siempre han llevado en el corazón.

Tanto que, a pesar de la distancia, al llegar la época estival hacen las maletas cambiando las vacaciones de portada de revista por el reencuentro con el lugar que les vio nacer.

Y es que durante el verano los municipios de la provincia de Málaga amplían su población para dar la bienvenida a aquellos que un día emigraron. Porque no hay nada mejor que abrazar a los que echaron de menos durante todo el año, recorrer las calles donde crecieron o desempolvar los recuerdos del pasado.

Matrimonios como el de Alfonso y Gracia viajan desde hace cincuenta años cada verano desde Barcelona a su casa de Archidona. El mismo itinerario siguen Antonia y Manolo, aunque ellos desde Suiza a Villanueva de la Concepción.

La familia crece. Estas parejas no vienen solas, sus hijos y nietos a pesar de haber nacido lejos también se sienten parte de los pueblos de sus progenitores y los visitan cuando pueden.

La tranquilidad, el descanso, la familia, los amigos de la infancia o el respirar aire puro arrastran a los emigrantes a volver a sus casas por vacaciones.

No sólo aquellos que emigraron hace cuatro o cinco décadas sino también los más jóvenes que salieron hace veinte o treinta años de casa de sus padres o los empujados con la fuga de cerebros vuelven en vacaciones.

Caso parecido al de Carmen, aunque ella lo dejó todo por amor y se aventuró a vivir a Alemania, donde reside desde hace ocho años. «Al principio cuando estaba allí lloraba porque quería volver, pero me doy cuenta que la vida aquí en el pueblo sigue igual y te pones al día pronto cuando vienes de vacaciones», indica.

Carmen ha contagiado su amor por Mollina a su hija Natalie que anima a sus amigas del colegio a visitar su pueblo: «relaciona Mollina con el sol y a sus amigas les dice que le encanta su pueblo y vestirse de gitana».

Las tertulias hasta altas horas de la madrugada forman parte de la esencia de las vacaciones que hacen que «el tiempo no pase».

Los más jóvenes piensan en volver definitivamente a sus pueblos. Algo que no entra en la agenda de los mayores, que se sienten arrastrados por hijos y nietos a quedarse en su segundo hogar. No obstante, jamás olvidan sus orígenes y siempre miran a su pueblo natal, al que siempre volverán por vacaciones.

Familia Espejo Muñoz. Villanueva de la Concepción

«Tengo el corazón repartido entre Suiza y mi pueblo, al que siempre me gusta volver»

Miles de españoles emigraron a Europa el pasado siglo. En 1974 llegaron a vivir en Suiza más de 176.000 españoles. Uno de ellos es Manolo, que con 24 años llegó a la Confederación Helvética tras superar la barrera del idioma y coger trenes equivocados. El país helvético era un oasis de esperanza para los extranjeros en 1963. De hecho, Manolo llegó con un contrato de albañil; su mujer Antonia llegaría con otro contrato de relojera, dos años después. De eso han pasado cincuenta años. Y a pesar de que este matrimonio malagueño tiene su vida en el Cantón de Neuchatel, donde han nacido sus dos hijos y nietos, cada verano vuelven al reencuentro con sus raíces. La familia pasa los tres meses de verano en su casa del pueblo, en unas vacaciones a la que se suman sus hijos y nietos a los que les encanta el municipio. «Tengo mi corazón repartido entre Suiza y Villanueva de la Concepción, donde siempre me gusta volver», asegura Antonia. «Aquí disfrutamos de las playas y de las terrazas», señala. La playa, los paseos nocturnos por el pueblo, las tertulias en las terrazas o las charlas en las que se desempolvan viejos recuerdos se convierten en las hazañas de cada verano.

Familia Karg Moreno. Mollina

«Es como un chute de adrenalina para pasar todo el invierno en Alemania»

Un amor de verano que llegó por casualidad hace una década dio un giro de 360 grados a la vida de Carmen Moreno, natural de Mollina. Una de tantas familias de su barrio que emigraron a Alemania fue la clave. Como cada año, esta familia volvió al municipio para la feria, acompañados de un joven alemán amigo de su hijo, Sebastian Karg. No hablaban el mismo idioma, pero la chispa saltó. Tras cinco años de novios, Carmen dio el paso de irse a vivir a Egelsbach, un municipio cercano Frankfurt, donde reside desde hace ocho años. Desde allí cada verano coge un vuelo, junto a su marido y sus hijos Natalie y Luis, para pasar dos meses de vacaciones con su familia en Mollina. «Es como un chute de adrenalina para pasar todo el invierno en Alemania», asegura Carmen quien resalta el valor que da a cada rincón de su pueblo. «Cuando vengo tengo la agenda apretadísima, mi marido me dice que no me estrese» comenta Carmen entre risas. Tanto es el amor de Carmen por su pueblo que se lo ha contagiado a Sebastian. Ambos quieren venirse a vivir definitivamente a Mollina cuando la situación económica mejore en el país. Mientras tanto disfrutarán de sus vacaciones estivales rodeados de familiares y amigos.

Familia Domínguez Cano. Archidona

«Es mucha la alegría de volver y reencontrarte con gente del instituto y con la familia»

Dejando a sus espaldas Archidona, maleta en mano, un matrimonio y sus diez hijos emigraron en 1962 a Barcelona, después de quedar desamparados al morir el dueño del cortijo en el que trabajaban. Uno de esos hijos, Alfonso Domínguez, pasa el verano en su pueblo natal junto a su mujer, también archidonesa, Gracia Cano. «Es mucha la alegría al volver y reencontrarse con gente del instituto, que son amigos de verdad, y con la familia», insisten. De hecho, Alfonso, a sus ochenta años, se reúne cada verano en Archidona con sus nueve hermanos y sus respectivas parejas e hijos. Cientos de archidoneses viven en Cataluña y al igual que este matrimonio no se olvidan de su pueblo. Cuentan con la Asociación de la Virgen de Gracia de Archidona en Sabadell de la que ha sido presidente Alfonso durante diez años. Paco Claveles o Manolo son compañeros de charlas de Alfonso en Archidona. Quedan para jugar al dominó o tomarse unas cervezas en el Cortijo. Intensas también son las partidas al cinquillo de este matrimonio, que toma el fresco en la puerta de su casa de Archidona mientras charlan con los vecinos recordando anécdotas del pasado. Durante el invierno «añoran» estos momentos lejos de su tierra mientras sueñan con volver.

Familia Bravo Castillo. Valle de Abdalajís

«Para mí volver a mi pueblo en vacaciones lo es todo. Siempre tengo ganas de venirme»

Cuando empieza el calor del verano los motores de la familia Bravo Castillo están arrancados para tirar para el sur en un viaje en coche de 1.000 kilómetros desde Barcelona. Juan José, natural del Valle de Abdalajís, se vio arrastrado por el amor de una catalana con familia en el municipio, Josefina, y ya suman cerca de 15 años desde su partida. Eso no ha impedido que cuando llegan las vacaciones vuelva a su pueblo ahora acompañados por sus hijos gemelos, Víctor y Adrián. Esta vez pasan tres semanas en la casa de los padres de Juan José. «Tenía claro que trabajaría fuera del pueblo, pero no tan lejos de mi familia», apunta este vallestero, quien destaca que dejó atrás su familia, sus amigos, la cacería, sus perros... «Para mí volver al pueblo en vacaciones lo es todo. Siempre tengo al pueblo soplándome en el cogote y con ganas de venirme», señala Juan José, quien enseña a sus hijos como vivió la infancia en su pueblo, llevándoles a coger ranas, a El Chorro o a jugar al polideportivo. La cita obligada en el Pub El Pájaro Loco se convierte en lugar de encuentro con sus amigos de la infancia, donde «muchos conocimos a nuestras parejas». En unos días, la familia carga las pilas para volver a su vida en Cataluña, pero con la mirada puesta en el sur.