En la esquina superior de la fachada que protege el escenario, ahí donde rompían los gritos de Medea, las tragedias de Séneca, existe un punto ciego, un trozo de piedra, pensado para comunicar con el graderío, que el tiempo ha dejado en el aire, cerrando bruscamente la silueta del edificio. En todos estos siglos, desde el abandono de Acinipo, ese trozo de piedra ha sido testigo, sin duda, de los azotes de la lluvia, de la visita de algunos pájaros indiferentes, de todo tipo de injerencias implacables, pero una cosa parece segura: la última vez que un hombre lo miró de cerca, que fue capaz de tutearle más o menos a la misma altura, ocurrió durante una representación, en el declive de Roma.

Diecisiete siglos después, un grupo de investigadores podría susurrarle a ese mismo espectador, y sin necesidad de descender a la complicidad de las togas, muchísima más información, aunque tamizada por el paso de los años, de la que era capaz de percibir mientras escuchaba obras de Plauto: hablarle de la porosidad del material, de su abultamiento, de su relieve. Todo el conjunto arqueológico de Acinipo, una de las ruinas, aunque maltratadas y semidesconocidas, más importantes de antigua Bética, cabe ahora, y por primera vez, en una única pantalla. Y no sólo con una de esas vistas aplanadas que a veces proporcionan los aviones, sino con un sistema inteligente que permite escarbar hasta obtener simultáneamente datos técnicos hasta ahora enmarañados: desde el trazado urbanístico al completo a los detalles más insignificantes. La pericia, por una vez, no viene de los nuevos modelos de computación que tanto sorprenden a los profanos. Responde a algo mucho más sencillo, aunque igualmente sofisticado. El yacimiento ha sido seleccionado por las empresas Nerea y Tibudrones, con la colaboración de la Junta, para participar en un proyecto experimental: analizar el uso de los drones y sus posibilidades para la conservación del patrimonio y los estudios arqueológicos.

Cuenta Daniel Florido, técnico de Nerea, que la elección de Acinipo estuvo determinada en gran medida por sus especiales condiciones geográficas. La ciudad que maravilló por su prosperidad en la Roma de Julio César Augusto se encuentra todavía a casi 20 kilómetros del núcleo urbano más próximo, Ronda, lo que permite satisfacer sin demasiado esfuerzos las altas exigencias que actualmente plantea la legislación nacional a la utilización de este tipo de dispositivos. A diferencia de otros países, donde la normativa es más permisiva, los drones en España no pueden sobrevolar ciudades ni zonas habitadas. Ni siquiera cuando parten de coartadas científicas o corren a cargo de profesionales como Gilberto Gazzi o Federica Pezzoli, de Tibudrones, que cuentan, además, con experiencia en la aviación comercial.

El estudio, del que ya se han recogido los primeros documentos, promete ofrecer novedosos resultados. Y más si se tiene en cuenta la evolución de Acinipo: un pecio que, en tanto que conjunto monumental, apenas ha sido excavado y que posee vestigios, algunos extraordinarios, de un periodo de vida comunitaria que abarca desde la Edad de Bronce hasta, al menos, el siglo VII. «De un enclave así se puede esperar de todo», declara el arqueólogo Eduardo García Alfonso.

Aunque con un pasado enraizado en el tercer milenio antes de Cristo, Acinipo fue, sobre todo, una ciudad romana con un grado de refinamiento tan elevado que nada tiene que envidiar, en cuanto a organización, a los grandes nombres de la época. Había una periferia, una vida ciudadana rica con sus dioses vestales y sus ornamentos termas, piscinas. Y hasta una moneda propia, con un racimo y una espiga, símbolo de la fertilidad de la depresión de Ronda. Los pocos restos que hasta el momento han salido a la superficie permiten constatar esa riqueza. Sobre todo, el teatro, no muy habitual, con el graderío excavado en la propia roca.

García Alfonso explica que la razón de tanta acumulación de patrimonio se debe al abandono de la ciudad, que evitó que las etapas históricas se fueran superponiendo en estratos, sepultando a las anteriores. Acinipo perdió su esplendor en el siglo III, probablemente por las necesidades defensivas del imperio, que requerían emplazamientos más resguardados como la vecina Ronda, entonces conocida como Arunda. Javier Noriega y Daniel Florido, de Nerea, no creen que la aplicación inmediata de la investigación sea la de provocar nuevas catas arqueológicas, pero aluden a un aspecto no menos importante: mejorar el conocimiento del yacimiento, que es un paso fundamental para aumentar la protección y la popularidad del complejo arquitectónico.

Federica Pezzoli no tiene dudas de la aportación, en este sentido, de los drones. Las imágenes captadas por los equipos en Acinipo mejoran en precisión a cualquier otra que hubiera sido obtenida sobre el terreno anteriormente. El uso de georradares, de infrarrojos, de sensores adheridos a las cámaras, permiten que una vez en tierra se pueda hacer seguimiento punto por punto al nivel de desgaste que presenta cada uno de sus rincones. Del globo aerostático asistido por control remoto se ha pasado a un sistema alambicado y con capacidad para barrer superficies tan amplias como la de Acinipo en apenas una hora. Con todo su despliegue tridimensional y sin dejar de lado información complementaria y detallada sobre la naturaleza del terreno y el comportamiento de los materiales.

La experiencia del yacimiento de Ronda, que será abordada dentro de las jornadas sobre drones y arqueología que tendrán lugar el próximo 7 de julio en la Universidad de Málaga, en el edificio de El Rayo Verde, abre el espeso cortinaje del desconocimiento hacia un nuevo pasadizo de la revolución. De momento, el mayor obstáculo, lejos de afectar a la técnica, tiene que ver con la legislación, que está todavía en un estado muy balbuciente, con restricciones teóricas y libertades en la práctica que dan como resultado una mayúscula contradicción. «Existen muchas limitaciones, tantas que es ilegal investigar, incluso por profesionales, en zonas urbanas. Sin embargo, no se observa demasiado control», puntualiza Federica Pezzoli. El futuro es de la tecnología. El pasado, a juzgar por Acinipo, puede que también.