­Al entrar al Centro de Acogida al Refugiado de Antequera se percibe un aroma a tranquilidad y paz que seguramente las personas que ahora residen en él llevaban tiempo sin experimentar en sus países natales. La sonrisa no se borra de las caras de quienes habitan en las instalaciones del convento de Santa Eufemia de la ciudad de los Dólmenes, adecuado a tal efecto.

Pero el proceso hasta llegar al corazón de Andalucía no ha sido fácil. Desde Siria, Ucrania, Azerbaiyán, Venezuela y Colombia, hasta 36 refugiados han desembarcado en Antequera para iniciar una nueva vida en una tierra más segura y huyendo tanto de conflictos bélicos como de complicadas situaciones políticas.

Son familias con hijos, otras monoparentales, parejas y también personas solteras. Ocupan casi la totalidad de las plazas disponibles en las instalaciones antequeranas, quedando solo dos libres que ya cuentan con varias solicitudes, las cuales están siendo estudiadas por los responsables del centro.

Quienes llegan hasta Antequera no lo hacen voluntariamente, se ven obligados a emigrar. «Cuando vienen tienen una sensación de inseguridad, están en un país diferente al suyo, aunque sí dejan atrás el miedo a ser perseguidos», explica la responsable del Centro de Acogida al Refugiado de Antequera, Laura García, que incide en que los 15 primeros días de estancia en la ciudad son muy difíciles para estas personas, hasta que pasado ese tiempo comienzan a generarse relaciones.

Aunque no ocurre lo mismo con los más pequeños. «Los niños se adaptan muy rápido porque están rodeados de otros niños. Son esponjas. Controlan muy bien el idioma en pocos días, aunque los que han experimentado un proceso más largo hasta llegar aquí suelen ser más rebeldes», indica García.

En el centro, los refugiados reciben atención especializada según la edad y necesidades de cada uno. Los más pequeños van a la escuela acompañados de sus padres, que regresan hasta el lugar de acogida para pasar horas y horas asistiendo a las clases de español que una profesora les imparte de forma prácticamente personalizada. Además, los miembros de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) -entidad que gestiona las instalaciones antequeranas- acompañan a las personas residentes cuando necesitan apoyo sanitario.

No es fácil hablar con los refugiados, bien por el poco manejo que tienen del español o simplemente porque prefieren no pronunciarse. Uno de los residentes, nacido en Azerbaiyán y que prefiere no decir su nombre, asegura sentirse «tranquilo y seguro» en las instalaciones antequeranas, aunque reconoce que al principio sentía miedo.

Tampoco quiere desvelar su nombre una chica ucraniana, que sin perder en ningún momento la sonrisa dice no estar del todo adaptada a la ciudad, aunque hace hincapié en lo importante que para ella es estudiar castellano. «Aprendo mucho por internet», explica esta refugiada, que mira al futuro con la idea de quedarse de forma permanente en España.

Tras unos cuatro meses de actividad del centro en Antequera, su responsable prefiere no sentirse «satisfecha» y aboga por seguir trabajando. Dice haber conocido de cerca «otras concepciones del mundo muy diferentes», con las que ha conseguido abrir mucho más su mente y desarrollarse como persona. Algo que también les estará ocurriendo día tras día a los refugiados en Antequera.

@ccasadob