Laurie y Billy Drum son una pareja estadounidense que reside en la localidad de Antequera y cuya vida gira en torno a prestar ayuda a los demás. Tanto el pasado mes de junio como en octubre se desplazaron por espacio de 10 días hasta la isla griega de Lesbos para realizar una labor de voluntariado en los campos de refugiados. Allí viven hoy en día unas 4.500 personas procedentes de Siria principalmente, aunque también de Afganistán o Pakistán. Una acción que repetirán en febrero de 2017 porque, según cuentan, «algunos de los refugiados se han convertido ya en nuestros amigos».

Cuando decidieron viajar por primera vez lo hicieron con una intención clara: conocer la verdad. «En la prensa o en la televisión sólo puedes acceder a una parte de la historia de quienes viven en Lesbos. Las noticias siempre hablan de lo malo, se da la imagen de que son terroristas y no se cuentan las historias personales. Ellos tienen sueños pero no tienen esperanza», explica Billy.

Los dos voluntarios realizan su labor de manera totalmente desinteresada, en colaboración con la organización Remar. Su cometido es dar alimentos a los refugiados, aunque Laurie sostiene que eso no es lo más importante: «Ellos necesitan a alguien con quien hablar. Allí me convierto en la madre de estas personas, algo muy bonito pero triste a la vez». «Uno de los refugiados me explicaba que estaba a tres meses de graduarse en la Universidad y ahora lo ha perdido todo», sostiene.

Asimismo, son los propios refugiados los que realizan la labor de voluntarios. «Son más felices cuando se sienten útiles. Ellos quieren estudiar y trabajar para alcanzar en el futuro una vida mejor», resalta la mujer estadounidense.

Los voluntarios destacan que quienes huyen de la guerra lo hacen con el deseo de volver algún día a su tierra, aunque aún se les note el miedo en la mirada. «Quieren volver cuando el conflicto haya acabado y están muy preocupados por sus familias que aún residen en su lugar de origen», apunta Billy, que añade que «en el caso de algunos jóvenes, sus padres han pagado por su seguridad, para que ellos no sean parte de la guerra».

De igual forma, la pareja americana explica que la posesión más valiosa de quienes se refugian en Lesbos es su teléfono móvil, porque en él guardan las imágenes de sus familias, de sus casas y de los distintos lugares de su país. «Siempre nos enseñan fotos de su vida anterior», apunta Laurie.

Tanto Billy como Laurie regresan de cada uno de sus viajes de apoyo humanitario con el deseo de ayudar a los refugiados renovado y contando los días para volver a los campamentos y aportar su granito de arena. «Esto no es una cuestión de nacionalidad ni de religión. Son humanos y necesitan afecto y amor», sentencian.

Y es que para estos estadounidenses ayudar se ha convertido en su forma de vida. Pero también les mueve la intención de dar a conocer la verdadera realidad de unas personas que están desamparadas si no se les da un poco de voz. Mientras puedan, Billy y Laurie serán el altavoz de los refugiados de Lesbos.