La política municipal de Alhaurín el Grande ha entrado en esa fase en la que sostiene su propia existencia como uno de los ayuntamientos más convulsos de la provincia. Una mitología que se sostiene, en parte, debido al último episodio que viene a sumarse a un larguísimo historial de desavenencias y rencillas personales que tiene en María Fernández a su última protagonista.

La única concejala que le queda al PP en Alhaurín el Grande, a su vez pieza clave para frenar a la moción de censura puesta en marcha, sigue sin atender las órdenes de la dirección provincial de su partido. A la luz de los últimos acontecimientos, no hay nada que haga pensar que Fernández dé un paso atrás en su decisión de respaldar la moción de censura que firmó ante notario para desalojar a la todavía alcaldesa, Antonia Ledesma.

Según aseguraron ayer fuentes del PP, cualquier intento de contactar con Fernández quedó frustrado por su nula voluntad de comunicación. Además de no atender ninguna llamada, tampoco abrió la puerta de su domicilio cuando militantes del PP tocaron para entregarle el burofax oficial del partido, en el que se le avisa de que no está autorizada para secundar la moción de censura.

En un ambiente caldeado, el PP asegura que seguirá presionando hasta el final para evitar que Fernández ratifique ante la secretaría del Ayuntamiento lo que ya firmó en la semana antes de Nochebuena en una notaría de Cártama. Fue, curiosamente, un primo suyo quien levantó el acta notarial de una moción que fue firmada, además, por los portavoces respectivos del PSOE, ASALH e IU. Un acuerdo con la intención última de convertir a la edil de IU Teresa Sánchez en la próxima alcaldesa de Alhaurín el Grande.

Según los acontecimientos de los hechos descritos por el PP, Fernández se habría convertido en una persona que no es de fiar. Así, a pesar de haber firmado la moción de censura, juró a distintos miembros de la dirección provincial que no era cierto. Así en sucesivas ocasiones, hasta que ha optado ahora por aislarse en su domicilio. Lo cierto es que en el PP incluso habrían convencido a una de las mejores amigas personales de Fernández para que acudiera a su domicilio. Con el mismo resultado negativo. Una historia de ida y vuelta que esconde para la dirección popular otra dificultad añadida: para que Fernández pueda ser expulsada, con los estatutos del partido sobre la mesa, se tiene que producir la moción de censura. Para agarrarse a la posibilidad mínima de que sea considerada como tránsfuga y su voto carezca de validez, se tendría que consumar su expulsión. A pesar de la firma notarial, en el PP todavía creen en una vuelta atrás. «Siempre puede decir: donde dije digo, digo Diego», aseguraron fuentes populares.