Suenan los neumáticos de los coches al bajar la cuesta, rompiendo el silencio normativo que se ha instaurado en la plaza, el sol desentona con la tristeza del día y ante las puertas del templo se congregan los vecinos y amigos de la familia. La gente llora delante de la capilla ardiente, algunos a solas para que hablar no rompa el duelo, a la vez que llegan las coronas de flores blancas. Los alcaldes de los tres municipios (Pizarra, Álora y Alhaurín el Grande), acompañan a la familia de la pequeña Lucía Vivar Hidalgo, de camino al oratorio. El féretro en el que descansa la niña está escoltado por cuatro hombres y cubierto con una capa azul con el logotipo de Superman. A las afueras se agolpan los vecinos que ya no caben en el templo. La infancia se ha extinguido de los brazos de Lucía. La muerte siempre es trágica, pero morir a edades tan tempranas es tan evitable como inasumible. Fuera se oye a los vecinos repasar mentalmente los hechos para intentar ver qué detalle se les escapa y qué podría haber cambiado para que el desenlace fuera distinto y que esta crónica tratara sobre el reencuentro de una familia y no una despedida. No tuvo tiempo para hacer grandes cosas, pero sí el suficiente para hacer felices a sus padres y ganarse el cariño de tres pueblos que ahora se unen al dolor de la familia.

La vida de Lucía no estuvo sujeta al orden lógico de las cosas y quizás sea ese el motivo por el que los vecinos tratan de encontrar otra explicación distinta a la del accidente, una que no les obligue a asumir (una vez más) que la muerte es poco selectiva e injusta. Los lugareños se muestran incrédulos, el informe preliminar de la autopsia reveló que la pequeña Lucía falleció por un traumatismo craneoencefálico severo que supuestamente le provocó el impacto del tren y la Guardia Civil siguió trabajando ayer para despejar las dudas que provocan los tres kilómetros que la cría recorrió antes de acurrucarse agotada junto a las vías. Por ello, los investigadores buscaron imágenes en las cámaras de seguridad de la estación de Pizarra y entre las naves del polígono industrial situadas en la calle Porvenir, paralela a las vías del tren.

Poco antes del sepelio, la tía materna de Lucía se acercaba a los fotógrafos y pedía intimidad y respeto, afirmando que su cuñado estaba muy nervioso. El coche fúnebre esperaba a la salida de la iglesia y, a las 12.50 la familia salía de la capilla seguida del cortejo camino del cementerio, donde se daba sepultura a la niña. Centenares de vecinos seguían al padre que no se separaba del ataúd y rompían en aplausos cuando el féretro sobrepasó el umbral del parque. Los vecinos comenzaron a abandonar las inmediaciones del cementerio visiblemente afectados. Entre ellos, una de las primas de la abuela de Lucía, que desconoce lo que ha podido suceder. El padre regresó al lugar del velatorio acompañado por los psicólogos y las muestras de apoyo de los alcaldes no se hicieron de esperar. La alcaldesa de Alhaurín el Grande, Toñi Ledesma, calificó de «inexplicable» lo sucedido. «Un matrimonio joven, con una única niña que sale a cenar y a las pocas horas ya no la tiene... no podemos explicarlo». La regidora entiende las dudas de muchos, pero apeló por dejar trabajar a los profesionales para que «se pueda arrojar algo de luz» al asunto. El alcalde de Pizarra, Félix Lozano, destacó la implicación de los vecinos en el dispositivo de búsqueda y aseguró que la familia «está pasando un momento muy doloroso». «El dolor que tiene el pueblo de Pizarra no se puede describir con palabras», dijo antes de ofrecerle «el máximo cariño y apoyo a la familia». La pequeña fue vista con vida por última vez sobre las 23.30 el miércoles en los alrededores de la estación y unas 600 personas la buscaron. Los ayuntamientos decretaron tres días de luto, pero a sus allegados y a la provincia les va a costar sobreponerse a lo ocurrido más tiempo. No existen clases de amnesia, nadie podrá olvidar a la pequeña, que con solo tres años deja su huella en la memoria de todos los vecinos y un mundo un poco más oscuro para los suyos.