La provincia de Málaga es pionera en turismo pero hace tres siglos lo fue en la industria metalúrgica. Los primeros altos hornos de España fueron malagueños. Se instalaron nada menos que en 1725 en el Valle del Genal, en el ahora conocido como pueblo pitufo: Júzcar.

Marbella albergó la segunda fundición del país en 1826, gracias a un yacimiento de hierro que se descubrió en Ojén, llegando a fabricar el 75% del hierro que se fundía en España.

Júzcar y Marbella cumplían los requisitos para estas fundiciones: minas de hierro, madera suficiente para alimentar el horno que transforma la materia prima de solido a líquido mediante el calor, y un río con agua para mover las ruedas de la maquinaria pesada.

Júzcar fue el lugar idóneo: escondido, de difícil acceso, muy cerca de la Serranía de Ronda, donde se trabajaba la hojalata en el más absoluto secreto.

Auspiciada por la monarquía, la fundición se denominó Real Fábrica de Hojalata de San Miguel. Al principio contaron con técnicos de Alemania y Suiza, que trajeron la técnica y la fórmula para transformar el hierro y el estaño en hojalata, pues entonces sólo ingleses y alemanes sabían hacerlo.

El producto se trasladaba hasta Estepona por el Valle del Genal a lomos de camellos, más acostumbrados a este penoso trabajo, y de allí al puerto de Cádiz para cubrir con hojalata los cascos de los grandes barcos de la Armada Española.

Los altos hornos llegaron a tener en plantilla a unas cien personas que vivían en los alrededores. Tenían una iglesia, la de San Miguel, y con un sacerdote que hablaba español, alemán y francés, pues parte de los empleados eran extranjeros. Curiosamente, la iglesia estaba autorizada para celebrar ritos cristianos y protestantes.

La fábrica constaba de un edificio donde estaba el horno, varias fraguas en las que se fabricaban lingotes y herramientas para el trabajo, almacenes, caballerizas, una taberna, la iglesia y un edificio de acceso restringido: el cuarto secreto donde se producía el milagro.

El monopolio en la fabricación de hojalata acabó en 1780 y la fábrica del Genal cerró ocho años después. Sus edificios, abandonados, sirvieron de refugido y escondite a contrabandistas y bandoleros.

Nueva vida

En 2001, el barcelonés experto en finanzas internacionales, Enrique Ruiz, trabajaba en el Banco Mundial cuando conoció la antigua fábrica un día bicheando por internet. «En La revista del Valle del Genal vi una foto de las ruinas y llamé para informarme». Se enamoró del lugar y le compró la finca al matrimonio inglés, propietario entonces.

Durante quince años, restauró la fábrica con los materiales de los edificios que encontró por el suelo. Enrique decidió plantar vides y transformar el taller de laminado en bodega, un espacio de 300 metros cuadrados con techos de seis metros de altura.

En la finca de 60 hectáreas, hay cítricos, encinas, alcornoques y «unas 15.000 viñas, sobre todo pinot noir, siendo la plantación más meridional del Europa; moscatel morisco, una variedad autóctona de Málaga; tintilla, garnacha y cabernet. Cada variedad va destinada a la elaboración de vinos monovarietales de las que producimos 8.000 botellas. En 4 o 5 años, queremos llegar a 15.000», explica Ruiz.

Los caldos son elaborados con mucha paciencia, sin prisa, ya que la uva se transforma en vino sin proceso industrial o químico alguno: «Son vinos naturales, ecológicos y biodinámicos. Apostamos por vinos hechos de manera artesanal, para diferenciarnos del resto», afirma el propietario de la finca.

Las botellas no están etiquetadas en papel sino que son tatuadas con elementos naturales de la finca igual que usan el corcho de sus alcornoques para el tapón y la cera de sus panales para sellar las botellas.

Estos vinos estarán el próximo año bajo la D.O. Ronda y se pueden adquirir en Málaga o Marbella, y a través de la web www.vinosderondaonline.com, con el sello de Bodega Antigua Real Fábrica de Hojalata de San Miguel.

La bodega ofrece visitas a los edificios y al poblado de los trabajadores, declarado monumento histórico industrial y Bien de Interés Cultural, con opción a almuerzo y cena, e incluso hospedaje, con catas de sus cuatro vinos.

En las reservas -www.fabricadehojalata.com- se puede elegir entre cuatro experiencias gastronómicas: peruana, mexicana, asiática y mozárabe-andalusí, con menús de los lugares de América y Asia por los que viajaba la hojalata que recubría los barcos españoles.

Buenas prácticas

La antigua Real Fábrica de Hojalata de San Miguel fue premiada en junio con uno de los cuatro premios Hispania Nostra, a las buenas prácticas. Frente a otras veinte candidaturas, el jurado de expertos destacó «su interés en la recuperación de un paisaje industrial del siglo XVIII ligado al primer alto horno de España y a la energía hidráulica producida en los ríos. Además de los edificios se ha tenido en cuenta la recuperación productiva del paisaje dedicándolo a un viñedo y enoturismo, en perfecto equilibrio con el bosque original mediterráneo».

Para Enrique Ruiz este galardón, «es un premio al trabajo de 15 años no sólo de reconstruir un patrimonio histórico industrial, que estaba perdido, en ruinas, sino a su integración en el entorno, dándole un nuevo uso», cuenta orgulloso.

A esta finca, dentro de una reserva natural de la biosfera, no llega la electricidad. Enrique instaló una serie de placas solares y molinos de viento para aprovechar la energía del sol, del viento y del agua del río Genal, haciendo de esta manera un lugar cien por cien ecológico respetando la naturaleza.