Ir a una corrida siempre es un gran acontecimiento. Si además se acude a un coso con la belleza del de Antequera, se transforma en una delicia. Este año, además, se conmemoraban nueve décadas de sus primeras fiestas goyescas, un hecho rememorado cada año en su Real Feria de Agosto.

Creó expectación el cartel presentado para la ocasión, que sufría la baja de Cayetano Rivera Ordóñez por lesión. Él volverá el sábado próximo en su goyesca, la de Ronda, pero este accidente permitía que entrara por la vía de la sustitución Fortes. Para él, la de Antequera es su goyesca.

Tras dos años consecutivos de triunfos rotundos en esta plaza, volvía tras su extraordinaria actuación de La Malagueta. Esto reforzó el interés del cartel y movilizó a cientos de fortistas que peregrinaron hasta la Ciudad del Torcal. No defraudó su torero, que se metía al público en el bolsillo en el primero de su lote, perteneciente a la ganadería de Fermín Bohórquez. Pese a no hacer cosas buenas de salida por huidizo, ya lo metió en el percal para lancear a la verónica y rematar con una gran media. Tras sacarlo con torería a los medios, llegaron derechazos largos y un trincherazo con sabor añejo. La parada condición del astado le hizo cortar distancias y tirar de recursos como pasárselo cambiado por las espalda, con las zapatillas asentadas, y aprovechar la querencia a tablas. Allí lo exprimió de rodillas con un aplomo asombroso. Sólo su fallo a espadas le privó de asegurar la puerta grande, paseando una oreja.

Había que jugarse la puerta grande en el que cerraba plaza, un toro de Garcigrande que sembró dudas de salida, desconcertante por instantes. Fortes tenía claro que había que apostar a caballo ganador, y le plantó la muleta con determinación en un inicio genuflexo para sacarlo al tercio y allí plantarle la muleta con su mano derecha. Aguantó los cabeceos de un burel cada vez más parado ante el que vimos al torero del valor frío pero con una seguridad nunca vista hasta ahora en su tauromaquia. Apabulló al animal, al que pudo con una superioridad tremenda de quien, si continúa por esta línea, está llamado a ocupar un lugar de privilegio. Esta vez entró la espada y, como no hay dos sin tres, volvió a proclamarse triunfador de la Goyesca de Antequera, la suya, cortando una oreja con fuerte petición de la segunda que el presidente no concedió. Da igual, lo importante es que Fortes suma y sigue.

En su conjunto, los tres toros de Bohórquez que saltaron al ruedo antequerano no cumplieron con lo esperado de ellos. Volverá a pasar tiempo para que las figuras vuelvan a anunciarse con sus toros, y retornarán en exclusiva a los festejos de rejones. El colmo fue el segundo de la lidia ordinaria, que ya avisó de inicio al alicantino al colarse por el pitón izquierdo y que luego en la muleta, literalmente, se negó a tomar el engaño. Quedó inédito el diestro, que no pudo dar ni un solo pase.

Cierto es que se llevó el peor lote, ya que el del otro hierro tampoco le sirvió al diestro. Había ganas de verlo, y se le jaleó con el capote, luego había que hacer juegos malabares para que no se cayera. En ese sentido, hay que reconocerle su mérito, creando una faena estética por ambos pitones, con empaque por instantes, y explotando al máximo su fondo de nobleza. La plaza vivió con entusiasmo la faena de un Manzanares que volvía a recordar sus mejores momentos como estoqueador con un soberbio volapié premiado con las dos orejas. Se llevó el trofeo que concede el Ayuntamiento al triunfador del festejo, aunque lo de mayor consistencia taurina lo hiciera Fortes.

La tarde comenzaba con la pinturería de Morante de la Puebla ante un Garcigrande con nobleza desde el saludo capotero. El animal exigía que se le toreara a media altura desplegando suavidad en sus muñecas y templanza en el trazo. Molestó por instantes el viento, haciendo que no todos los pases fueran limpios y dejando el conjunto en una faena de detalles sin la profundidad del toreo del espada sevillano. Tras una estocada desprendida paseaba el primer trofeo de la tarde.

Volvió a lancear sin pasiones Morante a su segundo, en este caso de Bohórquez. Era un toro sin clase, que se desplazaba andando y con la cara alta, y ante el que no cabía darse coba. En eso es un especialista este diestro, que con el beneplácito del respetable tiró por la calle de en medio para pegar un sainete con el estoque. Como ocurre tantas veces con los genios, su labor tuvo división de opiniones.

@danielherrerach