El sol aún no ha salido en la Laguna de Fuente de Piedra cuando un grupo de más de 500 voluntarios se arremolina en sus inmediaciones. Son las cinco y media de la mañana y la comitiva se dispone a anillar e identificar a 600 pollos de flamenco de los más de 7.400 que este año han nacido en la Reserva Natural.

Para ello, y con los pies bien hundidos en el fango propio de un gran humedal, van cercando a los crías y conduciéndolas hasta un corral donde se irán seleccionando a lo largo de la mañana. En su plumaje no hay ni rastro del característico color rosado del flamenco que le otorga su dieta a base de pequeños crustráceos, para ello habrá que esperar unos tres o cuatro años.

Por ahora, los polluelos visten de un color marrón grisáceo veteado por las alas y dan vueltas aleatoriamente por el cercado al que han llegado casi sin darse cuenta. Alguno más curioso estira su largo y enjuto cuello tratando de ver qué hay más allá de la valla. En ese momento dos manos lo elevan del suelo y, pese a su resistencia, acaba parapetado en los brazos de un voluntario y camino de la primera parada: el anillamiento. A cada flamenco se le coloca dos anillas: la de metal, que permanecerá con ellos para siempre, y una de pvc, un tipo de plástico muy moldeable. Esta última permitirá hacer el seguimiento del animal valiéndose tan solo de un buen telescopio.

Con sus nuevos accesorios colocados, el pollo viaja en volandas hasta la zona de marcaje, donde se le mide el ala, el tarso y el pico. Se aprovecha también para controlar el peso, que suelen rondar entre el kilo y medio y cuatro kilos.

La última estación es la de la toma de muestras, una pequeña extracción de sangre para conocer el sexo del ejemplar y toda la información biométrica que las futuras investigaciones precisen.

Durante todo el trayecto, los portadores tratan a los pequeños flamencos con extremo cuidado y cierto cariño, aunque no siempre son correspondidos por el ejemplar, que se revuelve y se rebela en pro de su libertad coartada de forma tan repentina.

"Es la primera vez que lo hago. El amanecer en la laguna, vislumbrando los flamencos...un momento inolvidable", confiesa Rocío, una profesora de Alicante, residente en Fuente de Piedra.

La bruma de las primeras horas del día ya se ha disipado por completo y los pollos van abandonando el dispositivo gradualmente en la zona de "suelta". El protocolo es preciso: "El animal tiene que venir bien cogido, mirando hacia nosotros. Esto permite controlar al animal y el ansia de escapar es menor", explica José Miguel Salas, técnico forestal. Tras un tambaleo inseguro, el pollo usa su propio pico como bastón y estira las patas hasta ponerse de pie.

Algunos necesitan unos minutos para ubicarse y abandonar el agarrotamiento, otros no pierden el tiempo y abandonan el lugar casi levantando el vuelo. "Son aves que, al principio, parecen frágiles pero todo lo contrario. Son animales perfectamente adaptados a medios, fluctuantes, donde el nivel de agua depende de las precipitacione", enseña Manuel Rendón, director conservador de la Reserva Natural.

Estos polluelos llegarán a vivir unos 40 o 50 años, hospedándose de manera itinerante por los humedales del Mediterráneo y el noreste de África, y llegando a recorrer distancias de más de 1.300 kilómetros en un solo día, sin escalas, lo necesario para sobrevivir.