Desde hace 25 años, Ana Fernández desarrolla su labor como farmacéutica en Cartajima, un pueblecito de 253 habitantes en pleno Valle del Genal. Natural de Almargen, Ana Fernández estudió Farmacia en la Universidad de Granada. Tras hacer un curso de Análisis Clínicos y trabajar tres años en la farmacia de la calle Dos Aceras de la capital malagueña, su padre le ayudó económicamente cuando se puso a la venta la farmacia de Almargen para estar más cerca de los suyos.

Durante todos estos años Ana Fernández se ha convertido en una cartajimeña más, ya que en el pueblo ha conocido marido, del que ha enviudado, y ha tenido dos hijos.

A lo largo de todos estos años, Ana Fernández ha vivido innumerables experiencias con los vecinos, a quienes conoce a la perfección, casi como si fuesen de su familia. «Me encanta mi trabajo, es muy gratificante porque me permite ayudar a las personas en muchos aspectos. En el mundo rural los farmacéuticos también hacemos labores de médicos, psicólogos o administrativos, porque hay muchas personas mayores solas que necesitan que les eches una mano para mucha cosas» comenta en tono cariñoso la boticaria.

Y los mayores se lo agredecen. Para celebrar su 25 aniversario como farmacéutica en Cartajima, el pasado verano Ana organizó un aperitivo para todos los vecinos en agradecimiento a la atención y el exquisito trato que siempre han tenido con ella, aunque alguno no dude en acudir a su casa (en la misma farmacia) en domingo o a horas intempestivas a por una medicina olvidada. «La verdad es que cada vez vienen menos pero de vez en cuando me llama alguno bien entrada la noche y le tengo que atender», sonríe resignada.

Y es que a diferencias de las farmacias de las grandes ciudades, donde el trato puede ser un poco más impersonal, en las famacias rurales existe mucha más confianza y familiaridad. «Conozco a todos los vecinos; sé cuáles son sus problemas, sus enfermedades y muchas veces les asesoro cuando les cambian las pastillas o me llaman los médicos a quienes acuden para saber qué medicinas están tomando».

Sin descartar escribir un libro de anécdotas «porque el mostrador da para mucho», Ana Fernández reconoce que suele organizar el pastillero de algunas personas mayores o curar pequeñas heridas en la farmacia antes de instar al paciente a dirigirse a un centro médico.

A la boticaria le gustaría recibir dos pedidos diarios de medicinas para atender con rapidez a sus vecinos pero es consciente de que son muchos kilómetros de distancia. Aún así destaca que la informatización de la red de distribución permite que si una medicina no la hay en Ronda, al día siguiente se la traen desde otro almacén donde tengan existencias por lo que sus vecinos están bien abastecidos.

Al estar en un pueblo pequeño, su farmacia está catalogada como VEC (de Viabilidad Especialmente Comprometida) y el Colegio de Farmacéuticos le apoya con ayudas para que no desaparezcan pero aún así es difícil mantenerse. «Ahora que tanto se habla de la España vacía es fundamental reconocer el trabajo de los farmacéuticos que luchan día a día por salir adelante en los entornos rurales», concluye Ana Fernández.