­El 2020 está siendo un año de lo más atípico para todos, una situación que nos ha sorprendido y ha trastocado nuestros planes, todo ha sido diferente; el curso escolar, las compras, las relaciones sociales, el periodo de confinamiento o la mascarilla como nuevo complemento obligatorio.

Aún así, para muchos este verano sí que puede resultar bastante familiar, pues no son pocos los que han optado por dejar de lado los vuelos o viajes internacionales para sustituirlos por un turismo más cercano y natural en estas vacaciones; «regresar al pueblo».

Tras el confinamiento, y los numerosos inconvenientes laborales que ha acarreado esta situación desde el pasado mes de marzo, muchos han visto mermadas sus cuentas bancarias, por lo que no queda otra opción que reducir gastos en cuanto a vacaciones se refiere.

Además, la situación de pandemia actual desaconseja para este verano la movilidad entre países o regiones, así como el tránsito de personas en lugares comúnmente concurridos como aeropuertos o zonas de ocio costeras.

Una alternativa a todo ello es tan simple como una mirada al pasado, «la vuelta al pueblo», a casa de nuestros padres o abuelos, al pueblo en el que nos criamos o al que no hemos vuelto desde hace años.

Son muchos los que este año se deciden por un verano a la antigua, por volver a los pueblos y adoptar de nuevo los hábitos que tenían de jóvenes, y que a pesar del tiempo permanecen inmutables en las zonas rurales. Desde el despertar con los rayos del sol y el sonido del gallo, y no del despertador, hasta las copiosas comidas en grandes mesas al aire libre, en compañía de toda la familia, almuerzos que se alargaban hasta bien entrada la tarde, «y después la siesta», añade Sergio García, empresario que llevaba doce años sin pisar el pueblo de su infancia, y que este año se ha decantado por pasar allí las vacaciones, en lugar de viajar al extranjero, como tenía por costumbre.

«Además, los precios que se manejan en los pueblos no tienen nada que ver con los que estamos acostumbrados», continúa Sergio, «aquí salir a tomar algo con los amigos o la familia, en una terraza, sale mucho más económico que en cualquier chiringuito de playa. Además no tienes que coger el coche para nada, andando llegas a cualquier rincón del pueblo, así que eso que te ahorras además en combustible».

«A todas estas ventajas, además hay que sumarle la tranquilidad que aporta estar en plena naturaleza, la riqueza de conectar con otros medios y respirar aire más puro que al que estamos acostumbrados en las ciudades, creo que la gente va a empezar a valorar esto, y puede que cambie el turismo, e incluso que haya gente que se lance a venirse a vivir a los pueblos de la provincia, así se solucionarían muchos de los problemas actuales», concluye.

Si Sergio está en lo cierto esta nueva tendencia solucionaría el despoblamiento rural de los pueblos más pequeños del sur, se retomarían costumbres perdidas yse volvería a tener un contacto más directo entre la población y el mundo natural, algo que, tras comprobar el caracter ciclico de la sociedad, no suena del todo descabellado, pues, en palabras del filósofo alemán Friedrich Nietzsche, «todo va, todo vuelve».

Volver a los pueblos para conectar con la naturaleza

­Son muchos los que aprovechan la oportunidad de volver al pueblo para mantener un contacto con la naturaleza a la que habían dejado de lado durante años.

En el caso de Nuria Cortés, profesora de Primaria con dos hijos, uno de cinco y otra de once años. Nuria considera que «en el pueblo, de niños, siempre nos hemos sentido protegidos, nuestra mayor preocupación era que nos dejaran estar en la calle hasta tarde, estar con amigos, jugar, no pensábamos en nada más, y quiero que durante unos días mis hijos también vivan eso, y se alejen de las preocupaciones del resto del mundo, que no les corresponden».

Nuria trabaja en la capital malagueña y ha decidido pasar el verano junto a su madre en el pueblo de Fuente de Piedra, en una gran casa de campo en la que tanto ella como sus hijos pueden «desconectar y mantener un contacto más cercano con la naturaleza».

«Enseño a mis hijos el valor de las labores del campo y la importancia de cuidar el medio en el que vivimos, y mi madre se encarga de contarles, tanto a ellos como a sus primos, infinidad de historias y batallitas de cuando éramos pequeños».

Aunque para Nuria no era la primera vez que viajaba al pueblo en verano, -aunque «nunca antes durante tanto tiempo, siempre una semana o dos»-, sí que ha sido el primer contacto con el campo para Sandra, de ocho años, que junto a sus padres pasará todo el verano en una casa de campo cercana a Archidona «llevamos solo dos días y ya estoy enamorada», confiesa.

«Todos los años viajamos fuera del país, generalmente a alguna capital europea», explica su padre, Rubén Leiva, «este año, como no está la cosa para ese tipo de viajes, hemos decidido quedarnos más cerca y disfrutar del aire puro y de la naturaleza, que yo creo que es lo más adecuado en estos momentos». Sandra, acostumbrada al bullicio de la ciudad, se sorprende de la tranquilidad del campo y el pueblo y promete volver en años próximos.