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Historia

El castillo más desconocido de la historia de Antequera

La fortaleza de Jévar, catalogada desde 2010 como Bien de Interés Cultural, formó parte, junto con el Castillo de Cauche y el Castillo de Aznalmara, del aparato defensivo de la ciudad y albergó importantes batallas

Castillo de Jévar

Castillo de Jévar / L.O

Antequera

Son muchas las voces que, desde hace décadas, piden devolver a la pequeña pedanía de La Higuera el reconocimiento de lo que algún día fue. Aunque no lo parezca, este pequeño anejo ubicado a las faldas del Torcal fue una de las zonas estratégicas más importantes de la comarca de Antequera e incluso de la provincia.

Así lo muestran las ruinas de su gran fortaleza, que recibía el nombre de el Castillo de Jévar, que aún hoy permanece en silencio vigilando desde las alturas este diseminado rural.

El conjunto amurallado fue, en su origen, un puesto defensivo andalusí, levantado para controlar el paso entre las tierras interiores y los accesos al valle. No fue un castillo nobiliario, sino un lugar pensado para vigilar, avisar y resistir. Su posición no es casual: desde lo alto se domina una extensión que abarca la campiña, los caminos naturales y las rutas que comunicaban la zona con las sierras que avanzan hacia el Torcal y el corredor de las Pedrizas. Era una pieza más en un entramado de fortalezas de frontera, donde las miradas importaban tanto como las murallas.

El camino asciende entre senderos de tierra, chumberas y piedra caliza. No hay carteles, ni rutas marcadas, ni reconstrucciones recientes. Todo lo que se observa es auténtico, sin artificios añadidos. Al llegar a la cima, el paisaje se abre y se entiende al instante por qué este lugar fue fortaleza: la mirada abarca kilómetros con la sombra de la grandeza del Torcal de Antequera ante sus ojos.

Defensa de Antequera

Bajo sus entrañas se vivieron importantes batallas. La fortaleza fue testigo del posible enfrentamiento entre el Reino de Castilla y el Reino de Granada, por lo que se firmó una tregua entre la reina doña Catalina y el rey Yuçaf y su hermano Alí que se llevaría a cabo el 10 de noviembre de 1410. Pero esta tregua no llegó a efectuarse, ya que el castillo fue asediado el 6 de noviembre por los cristianos.

Tal y como detallan diferentes estudios sobre la fortificación, sería el 7 de noviembre cuando Rodrigo de Narváez conquistó de nuevo el castillo y reconstruyó algunas partes que estaban deterioradas.

Es entonces cuándo Jévar pasa a ser un enclave fronterizo vinculado militarmente al alcaide antequerano.

Sin embargo, tras finalizar la guerra de Granada el castillo perdió todo su valor militar, dando paso al período de deterioro y ruina que llega a nuestros días.

Con el tiempo, los conflictos, cambios de dominio y avances territoriales fueron dejando a Jévar sin función. Sus muros se desconcharon, la vegetación ocupó los huecos y el viento borró las huellas de los pasos. No obstante, lo curioso es que nunca desapareció del todo.

La gente de La Higuera y sus alrededores siempre supo que estaba allí, aunque no fuese objeto de visitas oficiales. Y aunque ahora solo queden resquicios y partes dispares de muros de piedra, el castillo sigue vivo gracias a la memoria de sus vecinos.

La fortificación, que desde 2010 está catalogada como Bien de Interés Cultural (BIC) por sus valores arqueológicos, albergaba un doble recinto irregular relativamente pequeño y estaba bien construida con muros de mampostería con aparejo dispuesto en hiladas de piedras calizas. La torre principal, maciza en su base, presentaba comunicación con el adarve y debió tener una estancia en la parte superior, según detalla el Boletín Oficial de la Junta de Andalucía.

Una historia construida sobre ruinas

En la actualidad, es difícil entender la importancia que llegó a tener este enclave que, junto con el Castillo de Cauche y el Castillo de Aznalmara, fueron eje del aparato defensivo de Antequera.

Los vecinos cuentan que, de vez en cuando, algún que otro curioso aparece por la zona y pregunta por el castillo. Y es que, aunque su estructura haya sufrido la erosión propia del paso del tiempo, su memoria sigue viva, cociéndose entre los vecinos de la zona un sentimiento de protección hacia esta joya arqueológica a la que esperan que, algún día, se le otorgue el reconocimiento que merecen tantos siglos de historia.

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