Ajenos al revuelo originado por el trato del jurado a algunos concursantes, en el plató de "MasterChef" continúa a un ritmo agotador la grabación de los nuevos programas, que se emiten dos meses después, de forma que ni las audiencias ni las críticas influyen en su desarrollo.

Los concursantes, elegidos en un también cuestionado casting, desconocen la polvareda. Desde que a finales de febrero comenzó la grabación de los 13 programas de esta tercera temporada viven enclaustrados en una casa a las afueras de Madrid, sin internet, teléfonos ni televisión, explican a Efe desde la productora, Shine Iberia, responsable del programa que se emite los martes en La 1.

Salen los dos días que corresponden al rodaje en los estudios Buñuel de RTVE y uno más para las pruebas en el exterior, en las que intentan eludir el delantal negro que les envía directamente a la prueba de eliminación. También para recibir formación de profesores del prestigioso Basque Culinary Center de San Sebastián, del jurado y de otros expertos. En la casa cocinan ellos.

No tienen ni idea de la tormenta desatada en las redes sociales con el infantil plato "león como gamba" que dio pasaporte a Alberto, ni vieron su llantina ni cómo Eva González, Samantha Vallejo-Nágera y Jordi Cruz le consolaban, porque eso se graba en una sala a la que sólo tienen acceso cuando son expulsados.

Sí escucharon los calificativos que el jurado dedicó al engendro culinario: "insulto a mi inteligencia", "mofa a nuestro oficio" y "marranada". Y presenciaron cómo se instó a otro aspirante tendente al llanto, Pablo, a comerse una patata que había dejado cruda, algo que parte del público interpretó como una humillación.

¿Se hubiera comido Jordi Cruz la patata de haber sido Pablo? "Si me dicen que me la coma, me la como. Un cocinero no puede servir algo que no se comería. No hay mejor manera de enseñar. No lo hicimos por humillarlo, no es nuestra intención humillar a nadie", responde a Efe durante un descanso de la dura grabación.

En ese momento se produce uno de los pocos encuentros que los aspirantes tienen con sus jueces; evitan una confraternización que podría afectar a la imparcialidad. Se saludan con cordialidad y entre risas, apenas unos instantes, y no muestran atisbos de que se sientan denigrados con el trato que reciben.

Los concursantes están relajados e intercambian bromas en los descansos de unas jornadas de grabación que duran unas ocho horas, aunque pueden prolongarse hasta las diez o doce. El tiempo que disponen para cocinar en cada una de las pruebas es real y luego se abrevia en la edición.

Lo que tampoco ve el espectador es que una vez que se les ha expuesto la prueba el equipo culinario del programa da a los competidores nociones sobre los platos, como ha comprobado Efe durante la grabación de uno de los programas.

También tienen más tiempo del que se ve en televisión para pensar los ingredientes y salir disparados a recogerlos del supermercado.

Ni Pepe Rodríguez ni sus compañeros del jurado presencian todo el proceso de cocinado, vigilado de cerca por el equipo culinario y los redactores, quienes toman nota de fallos y aciertos, entrevistan a los aspirantes y "construyen la historia que luego se emite", explica una fuente de Shine Iberia.

Son ellos quienes más se encariñan con los concursantes, y sufren ante sus fallos. También empatiza con ellos la presentadora, Eva González, a la que hemos visto derramar más de una lágrima. Ella entiende al jurado: "Invierten muchas horas en enseñar a alguien y, cuando falla, lo ven como una decepción. Son más regañinas de maestros", dice a Efe en una pausa.

Cuando el tiempo de la prueba se agota, los cocineros 'amateurs' abandonan el plató y los tres jueces examinan de cerca cada uno de sus elaboraciones.

Prueban tanto el plato final como cada uno de sus componentes por separado, para tomar la decisión que ellos consideran más justa. Ahí no hay guión, subrayan, su veredicto depende del sabor y la técnica. "Como haría un cliente en un restaurante", dice Jordi Cruz.

Y el último juicio es el de la audiencia que, por ahora, sigue respaldando, con más de 3 millones de espectadores y un 17,1 % de cuota de pantalla en su última emisión, el presentado como "el 'talent show' de cocina más duro del mundo".