Los estudiosos consideran como arte religioso cristiano a la pintura y a la escultura que representan escenas del Antiguo y del ¬Nuevo Testamento, de la vida de Jesús y de su Madre, y de los santos, así como momentos decisivos de la trayectoria de las comunidades cristianas. Asimismo podemos considerar arte sacro retratos de personajes relevantes en la historia de la Iglesia, espacialmente de su jerarquía y del clero, así como de las religiosas.

La pintura y la escultura religiosa se erigieron entre los siglos IV y XIX después de Cristo en hegemónicas dentro del arte europeo y del próximo oriente, y desde el siglo XVI como preponderante en el Nuevo Continente.

Tan solo el proceso de secularización iniciado a partir de la centuria decimonónica, unido a la simultánea aparición de los movimientos artísticos de vanguardia que llegaron a romper incluso con la figuración, fueron progresivamente relegando al arte sacro figurativo a una posición secundaria, casi marginal, situación que ha llegado hasta nuestros días. Para colmo, una interpretación errónea de las directrices estéticas sobre este tema, emanadas del Concilio Vaticano II, condujeron al arte religioso católico a una situación de casi absoluto desconcierto, hasta el punto de que algunas de sus obras contemporáneas no llegan a cumplir su función esencial que no es otra que «mover a devoción». Porque esa finalidad utilitaria, junto con la asunción de la tradición estética y artística que arranca de Egipto y madura definitivamente en Grecia y Roma, marca sin duda el éxito de la pintura y escultura religiosa de siglos pasados.