Un día cualquiera que Mila se escapa a la azotea de su edificio para tomar el aire, descubre que tiene una excelente puntería lanzando pelotillas. A partir de ahí buscará cualquier momento para huir a la azotea y practicar su habilidad secreta.

En la azotea de enfrente, Tórculo está fabricando una especie de torre que apunta al cielo. Tiene prisa, se sumerge en su trabajo, no quiere que nada ni nadie le moleste. Tiene un plan y a toda costa lo va a llevar a cabo.

Entre tanto, Doña Gero, una entrañable anciana de la azotea de al lado, siempre tiene algo que tender, algo que regar, algo que observar desde lo más alto. Aparece y desaparece y no sabemos muy bien cómo ni por qué.

Inevitablemente Doña Gero, Mila y Tórculo, coinciden frente a frente, cada uno en su azotea.

Un “qué sé yo qué” les hace coincidir, entrar en contacto y comunicarse. Un “qué sé yo qué” les anima a dar el salto de azotea en azotea y vivir la más extraordinaria aventura de sus vidas.

Con una mijita namá, que te lo va a agradecé, con una mijita de afecto se enciende el queré.