Manuel y Sandra rondan los cuarenta y no tienen nada de lo que la sociedad supone que deberían de tener a esta edad. Ni hijos, ni pareja, ni dinero, ni casa… Es por eso que se consideran a ellos mismos como unos perdedores. Piensan que no podrán salir adelante, que ellos no merecen ser felices. Pero se equivocan. Porque todo el mundo tiene derecho a la felicidad, y porque ser feliz no depende de los bienes materiales o de lo que determinen las modas, depende de nosotros mismos. De superar nuestros miedos y nuestras limitaciones.

Manuel y Sandra están solos, pero quieren dejar de estarlo. Son infelices, pero quieren dejar de serlo.