Tiene cierta guasa que una película llamada ‘No te preocupes, querida’ haya generado tanta inquietud mediática desde que empezó su producción. El culebrón se inició cuando Shia LaBeouf fue anunciado como su coprotagonista, solo para apearse abruptamente del proyecto poco después; Olivia Wilde, directora de la película y miembro de su reparto, explicó recientemente en la revista ‘Variety’ que había visto decidido prescindir de él por su “comportamiento combativo”, pero LaBeouf contraatacó: no fue despedido sino que abandonó por voluntad propia, afirmó, y a modo de prueba hizo público un mensaje de vídeo en el que Wilde no solo le ruega que se quede sino que, además, hace una alusión despectiva a la actriz principal de la película, Florence Pugh. Durante el rodaje, además, la directora inició una relación sentimental con el cantante idolatrado e icono de casi todo Harry Styles, que sustituyó a LaBeouf, y algunos rumores apuntan a que Pugh no se sintió cómoda con la situación mientras que, según otros, lo que la enfadó fue la disparidad entre su salario y el de Styles. Este lunes por la mañana se anunció que Pugh no asistiría a la rueda de prensa tras la presentación de ‘No te preocupes, querida’ en Venecia pero sí a su proyección de gala; pese a lo que algunos temieron, el reencuentro en la alfombra roja no ha acabado a puñetazos, en parte porque Styles ha estado demasiado ocupado sacudiéndose de encima a las fans.

“La película habla de asuntos que son muy actuales”, ha afirmado Wilde ante los periodistas poco después de sacudirse de encima las preguntas comprometidas como si fueran restos de caspa en un jersey. Ambientada en los años 50 en una urbanización con aspecto de parque temático de ‘Mad Men’, está protagonizada por una joven pareja cuya vida aparentemente idílica se requebraja cuando ella empieza a sospechar sobre el misterioso trabajo de él. Detallar más su argumento aumentaría el riesgo de ‘spoilers’, así que bastará aclarar que ‘No te preocupes, querida’ pretende ser una crítica tanto del trato que las mujeres reciben de los hombres como del modelo de vida promocionado por la sociedad de consumo, y que mantiene parecidos con ‘El show de Truman’, ‘Las esposas de Stepford’, ‘Matrix’, ‘Origen’, ‘Déjame salir’, ‘El bosque’, ‘La dimensión desconocida’ y cualquiera de las series documentales sobre sectas que atiborran las plataformas de ‘streaming’.

La flagrante falta de originalidad no es la única consecuencia de esa abundancia y variedad de modelos. Convertir esa colección de referencias en un universo narrativo dotado de lógica interna y reglas de funcionamiento coherentes habría requerido un trabajo de guion mucho más concienzudo del que ‘No te preocupes, querida’ evidencia. Sus boquetes argumentales son más grandes que algunos países. Su andamiaje argumental es tan frágil que, a poco que uno piense en ella, se derrumba como si fuera un mueble de Ikea al que le faltan piezas. Y, aunque sin duda resultará entretenida para quienes sean capaces de suspender su actividad neuronal al verla, en cualquier caso no tanto como lo habría sido su propio ‘making of’.

La favorita provisional

La película que supone el regreso del londinense Martin McDonagh a la Mostra -ya compitió en ella, y fue premiado, con ‘Tres anuncios en las afueras’ (2017)- es no solo la mejor de las aspirantes al León de Oro presentadas hasta ahora sino también, probablemente, la mejor de su carrera como cineasta. ‘Almas en pena en Inisherin’ se basa en una obra teatral, escrita por el propio McDonagh -dramaturgo consagradísimo-, firmemente enraizada en el folclore irlandés, y en el territorio del mito y la parábola. La protagonizan dos habitantes de una diminuta isla irlandesa, uno encarnado por Colin Farrell y otro por Brendan Gleeson; han sido amigos íntimos toda la vida, pero Gleeson acaba de decidir que no quiere saber nada más de Farrell, porque un tipo tan simplón y aburrido como ese supone una pérdida de tiempo para él, que es un músico y aspira a dejar un legado artístico imperecedero.

Colin Farrell, Brendan Gleeson y Martin McDonagh, antes de presentar 'Almas en pena en Inisherin' en Venecia. EFE

Mientras contempla cómo ese conflicto va escalando hasta provocar incendios y dejar un puñado de dedos humanos desperdigados por el suelo, hace gala del mismo vitriolo que permea toda la obra cinematográfica de McDonagh, pero se muestra por completo carente del exhibicionismo autoconsciente y los excesos de violencia que aquejan algunas de sus películas previas. Es una obra definitivamente austera, a la que no sobra ni una escena ni un solo gesto dramático, y que aun así se muestra rebosante de sustancia sobre la que hacernos meditar -la importancia de la amistad y los peligros de no tomarla en serio, una forma de soberbia típicamente masculina, el valor de la bondad frente al de la inteligencia- y de capacidad para hacernos un nudo gigantesco en la garganta.