Mi impulso inicial fue ir a San Sebastián y no dejar sola la película en la que mi equipo y yo hemos trabajado durante tantos años. Sin embargo, me he dado cuenta de que mi presencia podría ensombrecer su recepción”, afirma Ulrich Seidl en el comunicado a través del que ayer anunció que cancelaba su visita al certamen donostiarra; dadas las alegaciones hechas contra él, que lo acusan de haber cometido explotación infantil durante el rodaje de su nuevo largometraje, el cineasta austriaco confía en que su ausencia del festival permitirá que ‘Sparta’, una de las ficciones que este año compiten por la Concha de Oro, “hable por sí sola”. Posiblemente sea mucho confiar; para todo aquel que conozca la polémica, resulta extremadamente difícil no tenerla presente al ver la película. Y si la polémica no existiera, a buen seguro, ‘Sparta’ sería considerada de forma mucho más generalizada e indiscutible como uno de los mejores trabajos de su director.

Su protagonista es un adulto que siente una atracción aberrante por los menores. Seidl en ningún momento deja claro si el pedófilo ha ejercido alguna vez la pederastia, aunque todo apunta a que no ha sido así. De hecho, el asunto central de ‘Sparta’ es la pavorosa batalla que ese hombre mantiene contra sus esos impulsos, tal vez consciente de que en cuanto pierda la primera batalla ya no habrán más. Desde el principio lo vemos sucumbiendo a la tentación de acercarse a sus presas potenciales, y de forzar el contacto físico y hasta la intimidad con ellas a través de una actitud que apenas logra ocultar su vocación depredadora, antes de cobrar consciencia de lo que está a punto de hacer y recular, roto por dentro.

El hombre se muda de Austria a Rumanía con la excusa de cuidar de su anciano padre, un filonazi que permanece ingresado en un asilo, y no tarda en ocupar una escuela ruinosa para dar clases gratuitas de judo a niños. En lugar de enseñarles, se dedica a sacarles fotos mientras se bañan en ropa interior, mientras juegan a pelear disfrazados de gladiadores, mientras se ducha desnudo junto a ellos; seguramente cree estar salvando a esos chavales de sus padres, borrachos maltratadores. Por las noches, el pedófilo contempla obsesivamente las fotos.

A Seidl se lo acusa de haber ocultado tanto a los niños actores como a los padres de estos la temática de ‘Sparta’ y de, por tanto, haberlos expuesto a desnudez y violencia de forma abusiva; él lo niega todo. El contenido de la película no ofrece pruebas condenatorias. Habrá quienes la acusen de inmoral a pesar de ser justo lo contrario, porque es inequívoca a la hora de dejar clara la patología de su protagonista. Habrá quienes la critiquen por humanizar a un monstruo, a pesar de que los verdaderos monstruos siempre son humanos y de que eso es precisamente lo que la hace una obra tan perturbadora, aterradora y trágica, un signo de madurez artística en la obra de un director que acostumbra a reírse puerilmente de blancos demasiado fáciles. Por supuesto, si las acusaciones resultan ser ciertas, que vayan a por él.

Formas de llorar

El duelo, y las distintas formas de afrontarlo, es uno de los temas más recurrentes en el cine en general y en el que aspira a ser premiado en particular, porque invita al tipo de solemnidad y de exceso melodramático que tanto suelen gustarles a quienes reparten honores. Y, curiosamente, la seguridad con la que evita ambas actitudes es buena parte de lo que podría, y casi seguro debería, hacer un hueco a ‘Forever’ en el palmarés donostiarra. Tercera película del danés Frelle Petersen, empieza presentándonos a una agradable familia compuesta por padre, madre, hija e hijo. Al rato, el hijo ha muerto. Al padre y a la hija les sale mantener la memoria del fallecido tan viva como sea posible; la madre también gestiona la pérdida de la forma que puede, y es opuesta. Y, mientras gestiona esas actitudes enfrentadas, la película encuentra gran emotividad desde la contención. Y, a su contenida manera, sugiere que todos esos protocolos existentes alrededor del luto no son más que egoísmo y postureo.

Si ‘Forever’ desafía las convenciones del género al que pertenece, ‘Il Boemo’ abraza sin complejos las que son propias del suyo. Tercera de las aspirantes a la Concha de Oro presentada hoy, es un ‘biopic’ encantado de serlo. Y su objetivo es reivindicar la figura de Josef Mysliveček, compositor checo que en el siglo XVIII se convirtió en rey de la ópera italiana, y cuya desgraciada vida es usada por el director Petr Václav para reivindicar el valor del arte como terapia y refugio. Dada la nobleza de ese objetivo, es una lástima que la película resulte tan convencional y plomiza mientras trata de cumplirlo.