Todas sus películas hablan de las ambigüedades y contradicciones de la política y la militancia. Su ópera prima, ‘El estudiante’ (2011),lo hizo situándose en el ámbito universitario, ‘Paulina’(2015) viajó a zonas rurales desfavorecidas, y ‘La cordillera’ (2017) se ambientó en las altas esferas. Ahora, con su cuarto largometraje, el cineasta bonaerense Santiago Mitre se adentra en el terreno de la Historia con mayúsculas.

En 1985 usted era un niño. ¿Qué recuerda del juicio a las Juntas?

Recuerdo las imágenes televisivas del alboroto en el tribunal tras el fallo, y recuerdo la emoción de mis padres cuando salieron a la calle. Fue la primera vez que el pueblo celebrara algo que no fuera una victoria futbolística. Sí, yo era muy pequeño, pero pude sentir la atmósfera de hermanamiento y fraternidad. el clima de esperanza democrática pese a los problemas económicos que el país atravesaba. Esa sensación de optimismo es lo que quise capturar en la película.

Sin embargo, días antes de la presentación de ‘Argentina, 1985’ en la Mostra de Venecia, Cristina Fernández de Kirchner sufrió un atentado. ¿Siente que eso resignificó la película?

Inevitablemente. Mi país se pasó casi todo el siglo pasado alternando gobiernos civiles y dictaduras militares. Los golpes de estado fueron constantes y la democracia, cuando existió, lo hizo permanentemente amenazada. Tras el juicio del 85, la violencia pareció quedar descartada para siempre como método para resolver conflictos políticos. Los sucesos recientes demuestran que no fue así, y convierten la película en una advertencia. El atentado me hizo sentir mucho miedo, y temer por el futuro de Argentina.

¿Cuánto queda de la dictadura en la sociedad argentina actual?

Queda el dolor de quienes perdieron a los suyos a causa de las torturas y los asesinatos, queda el vacío de muchas personas que un día vieron cómo un ser querido desaparecía, y permanecieron décadas sin saber si seguía con vida o no. Algo tan cruel no se supera nunca. Pero el juicio proporcionó mucho consuelo a los familiares de las víctimas, porque por primera vez sintieron que no estaban solos. Las sentencias, es cierto, acabaron siendo decepcionantes, pero la mera existencia del juicio tuvo una importancia enorme.

‘Argentina, 1985’ es su película más clásica, y de hecho maneja sin reparos las convenciones del cine judicial de Hollywood. ¿Por qué?

Comprendí que debía ponerme al servicio de la historia, y por tanto no habría sentido recurrir al tipo de experimentación formal al que había recurrido en algunas de mis películas previas. En cuanto a las convenciones del género, me pareció que usar un lenguaje simple y reconocible era la mejor manera de comunicarse con la mayor cantidad de espectadores posible. Y esa era la máxima prioridad: hacer una película para el público, especialmente para el público joven.

¿Qué espera que saquen en claro de ella?

Actualmente el mundo entero asiste a un repunte de los pensamientos fascista y a un creciente desprecio de los valores. Y es importante recordar que la ciudadanía tiene el poder para revertir esas peligrosas tendencias, y para ello conviene mantener viva la memoria de las víctimas de los dictadores. También es necesario recordar que un país debe cauterizar sus heridas para seguir adelante. A nosotros el juicio nos sirvió como proceso de catarsis, y eso es algo que los españoles no tuvisteis tras el franquismo.

De distinta manera, todas sus películas hablan de formas de hacer política y de los entresijos y dinámicas del poder. No puede ser casualidad.

No lo es, claro. Tanto mi padre como mi madre han estado siempre vinculados al mundo de la política y la justicia, y esos eran los temas de los que siempre se hablaba en mi casa cuando yo era niño, y no de fútbol o música como en las de mis amigos. La política, además, es un gran misterio para todos, por lo que su capacidad para generar drama es infinita. Tengo intención de seguir ahondando en ese enigma.