Un mapache que utiliza a un chef de cocina Teppanyaki a modo de títere. Un momento de intimidad entre mujeres que tienen salchichas en lugar de dedos. Un tapón anal gigante que funciona como portal hacia dimensiones paralelas. Un ‘bagel’ giratorio que simboliza el nihilismo. Rocas inteligentes que conversan telepáticamente. Coreografías de lucha durante las que consoladores y peces espada vuelan por los aires. Lo más llamativo de Todo a la vez en todas partes’ no es que contenga esas y otras imágenes increíblemente extrañas. Lo más llamativo es que se haya convertido en fenómeno de masas pese a exhibir con tanta alegría su condición de perro verde y que, además, se haya hecho con 7 estatuillas en los Oscar 2023-

La película ha arrasado de forma incontestable -era la favorita, con más nominaciones, 11- tras ganar en buena parte de las entregas de premios en las que ha participado en las últimas semanas, y eso es algo que tampoco resulta inmediatamente explicable según los criterios habituales. Es una ficción que rehúye categorizaciones; es al mismo tiempo comedia, artes marciales y surrealismo, y su tono oscila constantemente entre lo burlón y lo sentimental.

Sus directores, Daniel Kwan y Daniel Scheinert -conocidos conjuntamente como ‘Daniels’-, no son precisamente famosos; su único largometraje previo es la comedia de culto ‘Swiss Army Man’ (2016), protagonizada por Daniel Radcliffe en la piel de un cadáver flatulento. Su reparto no contiene estrellas cuyo nombre se baste para atraer la atención del gran público. El resumen de su premisa argumental resulta desconcertante: una inmigrante china que regenta una lavandería junto a su marido -que se quiere divorciar- y no se entiende con su hija -que ha empezado una relación con otra mujer, que no es china- se ve empujada a evitar la destrucción del multiverso. ¿Cuál es su secreto, pues, para haberlo ganado todo, casi a la vez y prácticamente en todas partes?

El triunfo colectivo de la película en la ceremonia de este próximo lunes contribuiría de forma crucial a la rehabilitación de la imagen pública de la Academia

‘Todo a la vez en todas partes’ dio sus primeros pasos con sigilo. Durante el fin de semana de su estreno en Estados Unidos, hace ahora un año, se exhibió solo en 10 salas de cine. Meses después, eso sí, estaba disponible en 3000 salas del país y varios centenares más alrededor del mundo; su recaudación acabó superando los 100 millones de dólares, la cifra gracias a la que una película con un presupuesto como el suyo -25 millones de dólares- pasa de ser considerada un éxito moderado a convertirse en taquillazo, y la evidencia demuestra que su gran apoyo en la consecución de esa gesta fue el clásico ‘boca a boca’. Los usuarios de redes sociales se convirtieron en sus mejores promotores; numerosos ‘tik tokers’ compartieron vídeos en los que aparecían elogiándola entre sollozos. Quienes la veían, corrian a explicar a sus amigos por qué tenían que seguir su ejemplo. Y eso a pesar de lo difícil, decimos, que resulta explicarla. 

Porque, en efecto, ‘Todo a la vez en todas partes’ es una obra empecinada en hacer justicia a su título. Sus 140 minutos contienen más ideas novedosas que todo el resto de producciones de Hollywood de 2022 juntas. De hecho, su metraje son una docena de ficciones en una, todas dotadas de una personalidad distintiva y unidas para poner en cuestión la idea más extendida sobre lo que es una película, mientras usan un concepto popularizado por las películas de superhéroes -la existencia de otros universos diferentes al nuestro- como metáfora del amor maternofilial, la brecha intergeneracional, la identidad fracturada de los migrantes, la depresión, el peso del pasado y hasta el porqué de nuestra existencia. ¿Cuánto ha contribuido a su éxito plantear esos temas en el seno de una familia asiático-americana de clase trabajadora?

‘Todo a la vez en todas partes’ ha visto la luz poco después de que en Hollywood comprendieran que ni quienes ven cine ni quienes tienen el talento necesario para hacerlo son exclusivamente gente blanca; poco después del rotundo éxito comercial de títulos como ‘Black Panther’ (2018) y ‘Crazy Rich Asians’ (2018), y del Oscar a la Mejor Película obtenido tanto por ‘Moonlight’ (2016) como por ‘Parásitos’ (2019).

Y sin esos precedentes es muy posible que sus dos protagonistas, Michelle Yeoh y Ke Huy Quan, no se hubieran pasado estos últimos meses recogiendo galardones. Ella, una superestrella en Hong Kong desde los años 80, nunca había recibido el reconocimiento que merece por parte del cine estadounidense; él era solo un niño cuando coprotagonizó éxitos como ‘Indiana Jones y el templo maldito’ (1984) y ‘Los Goonies’ (1985), y en 2002 tuvo que dejar la profesión porque nadie le daba trabajo. De producirse, su victoria en los Oscar -Yeoh es la primera mujer de origen asiático jamás nominada en la categoría de Mejor Actriz- confirmaría el cambio de actitud de Hollywood respecto a la diversidad y la variedad del talento.

Y no solo eso. El triunfo colectivo de la película en la ceremonia contribuye de forma crucial a la rehabilitación de la imagen pública de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas, que lleva años cuestionada por su aún insuficiente atención a las minorías raciales mientras contempla cómo los índices

de audiencia de la gala de los Oscar siguen bajo mínimos, y a la que se achaca desde hace tiempo que vive de espaldas al cine de vocación comercial y a los gustos de la gente -la inclusión entre las nominadas a Mejor Película de los dos títulos más taquilleros de 2022, ‘Avatar: El sentido del agua’ y ‘Top Gun: Maverick’, solo tiene sentido entendida como reacción a ello-; ‘Todo a la vez en todas partes’ es cine independiente con maneras de ‘blockbuster’, y su victoria ayudaría a la institución a aplacar esas críticas. 

A pesar de que no ha calado igual de hondo en todos los mercados -en España logró unos datos de audiencia más bien discretos-, ya ha tenido un impacto no solo en la industria cinematográfica sino, como demuestran las reacciones virales que ha provocado, en el ‘zeitgeist’ en su conjunto.

En medio del desánimo colectivo, de la sensación generalizada de que carecemos del control de nuestras propias vidas y por tanto no tiene sentido pelear por mejorarlas, esta película sostiene que cada acción y elección tiene un efecto tanto en esta dimensión como en todas las demás; que todo, a la vez y en todas partes, importa.