El rumano Cristian Mungiu utiliza su cine para abordar los grandes temas. ‘4 meses, 3 semanas y dos días’ (2007), la película que le proporcionó la Palma de Oro, hablaba del aborto; ‘Más allá de las colinas’ (2012) lo hacía del fanatismo religioso; ‘Los exámenes’ (2016), denunciaba la corrupción sistémica. Y la ficción con la que este año vuelve a competir en Cannes, ‘R.M.N.’, también toca un asunto muy grave, la xenofobia, y para ello retrata a un pueblo cuyos habitantes sacan a pasear al fascista que llevan dentro en cuanto la empresa panificadora del lugar contrata a unos trabajadores de Sri Lanka.

El racismo es malo, eso lo sabe cualquier persona decente. Y ese consenso juega a la contra de Mungiu. Si sus mejores obras usan narraciones que avanzan a contrarreloj para plantear problemas morales irresolubles, ‘R.M.N.’ no nos ofrece dilema alguno que resolver. Es una película muy simple, y todas las tramas y los elementos simbólicos que el director le incorpora no logran hacerla más compleja, pero sí más confusa.

En todo caso, ‘R.M.N.’ gana muchísimo si se la compara con ‘Frère et soeur’, que también aspira a la Palma. El francés Arnaud Desplechin es un director capaz de una sofisticación y una exquisitez extraordinarias pero que lleva años atrapado en una crisis creativa, aunque eso no hace que resulte más fácil entender en qué estaba pensando cuando escribió esta historia sobre un hermano y una hermana que se odian a muerte -el porqué nunca llega a explicarse, aunque el único motivo plausible es que ambos son personas insufribles-; las palabras se quedan cortas para describir los niveles de afectación, histerismo y pretenciosidad de los que la película hace gala mientras los contempla pero, en todo caso, lo que más molesta de ella es la que debería ser su escena climática, y en la que queda delatada como una broma pesada al espectador.