"Buenos días, Ángela”. Teresa Portela, 34 años, entra en el centro deportivo y saluda a la señora de la limpieza. Tres pasillos más allá, agita la tarjeta magnética como una varita y la puerta del hangar bosteza un abracadabra. Trepa hasta lo más alto y baja con maña la piragua, la desenfunda con energía, le da la vuelta y se la carga al hombro, como una cruz, es decir, como una salvación. Sale a la calle y atraviesa dos pasos de cebra. Pontevedra, 10.30 de la mañana, miércoles con cielo de ceniza. Teri encara a pie la avenida Buenos Aires de camino a la ría, con destino final a Río (de Janeiro).

Se acomoda en la canoa, se cala las gafas de sol y con las primeras paladas, sobre un agua calma, la gran campeona del piragüismo español se aleja y se va olvidando de todo. De si su hija Naira estará bien, de cómo le irá a su marido en la clínica de fisioterapia, si la nevera de casa está más o menos llena, si dejó la ropa tendida y el parte da lluvia, si este mes le ha llegado el dinero mensual de la beca olímpica, si…

“Intento no pensar en nada, no hablar, sólo concentrarme, seguir el ritmo, ver cómo clavo el remo”, cuenta la única deportista española en activo que participará en unos quintos Juegos Olímpicos algo que sólo han conseguido la tenista Arantxa Sánchez, la esquiadora María José Rienda y la nadadora María Peláez.

En la cita olímpica ha saboreado siempre el éxito, aunque no ha podido subir todavía al podio: tres veces quinta y una cuarta plaza en el 2012. La medalla olímpica es la única que le falta a una mujer que en sus 20 años de regatas, sin embargo, ha sido dos veces campeona del mundo, siete veces campeona de Europa, torneos en los que ha sumado 31 medallas, la última un bronce mundial del que está muy orgullosa. Fue la primera presea que logró sólo 17 meses después de haber dado a luz. “No sabía cómo respondería el cuerpo, si me recuperaría muscularmente, si podría volver a competir en condiciones”, rememora. Portela, que se entrenó hasta los siete meses de embarazo, hace lo que más le gusta, pero no lleva precisamente una vida regalada. Su día a día es un auténtico rompecabezas. Guardería, casa, trabajo, gimnasio, dietista, kilómetros arriba y abajo por tierra, río y aire, marcas mínimas, competiciones...

¿Es posible conciliar todo eso en España siendo mujer, deportista de élite y de una disciplina minoritaria? Es más bien un sueño, un récord del mundo difícil de batir. Un día entero acompañando a Portela y su familia no arroja conclusiones científicas, pero sí ilustrativas. Cuando se acerca la gran competición, conciliar es una quimera, y el juego de equilibrios es agotador. “Es un sudoku horario cada día. Por las mañanas, mi hija suele estar en la guardería, pero en un día como hoy la he traído conmigo y mis padres están con ella en una salita que se ha habilitado para casos así”, comenta antes de irse al gimnasio.

Sus padres tienen que recorrer 30 kilómetros para ir a Pontevedra; ella, 60 para ir a casa de sus padres. “Hay días que pasas muchas horas en el coche”, cuenta la palista, que, nada más acabar los pasados Juegos, decidió tener a la criatura. Otras deportistas de élite que despuntaron en Londres (donde ellas brillaron muy por encima de sus colegas masculinos) también dieron a luz a los pocos meses de recoger sus medallas. Es el caso de Maialen Chourraut, bronce en piragua de aguas bravas, y el de Marina Alabau, oro en windsurf.

Teresa Portela, durante una de sus sesiones de entrenamientos. Foto: MAGAZINE

Los gimnasios son un templo del dolor, y el del centro de tecnificación de Pontevedra no lo es menos. Pero no para Naira, que ve la sala de fitness como un parque de mayores. Salta de un lado a otro y dirige a su madre en el levantamiento de pesas ante la mirada del padre, el dos veces olímpico David Mascato, canoísta ya retirado que fue cuarto en Sydney 2000. A las puertas de la cita olímpica de su mujer, es él quien asume más tareas domésticas y se preocupa de que Portela se centre en prepararse. “Te involucras más, uno es deportista las 24 horas, no sólo cuando entrena, sino cuando come, descansa y, sobre todo, cuando duerme. Mi misión es que Teri duerma, que se centre, aunque es cierto que la niña es lo más importante. Tal vez soy un marido atípico, pero no me cuesta entender la situación”, resume.

Fisioterapeuta y maestra infantil

Mascato logró un subcampeonato del mundo en el 2001 y dirige la clínica de fisioterapia que abrió con su mujer hace un tiempo en O Grove. Portela ahora ayuda menos, pero no para. Para enredar un poco más su ovillo vital, la piragüista, que es fisioterapeuta y maestra infantil, estudia un curso de osteopatía en la Universidad Católica San Antonio de Murcia (UCAM), que la patrocina.

Fin del entrenamiento matutino. “La vida es más lenta con niños”, comenta David ¬Mascato camino del bar donde a veces se reúne la familia para comer si coinciden en la capital. Eso no significa que la niña sea calmada, pero su efecto en la piragüista es mucho más efectivo que cualquier bálsamo. Naira es comilona, se zampa lo suyo y lo que pueda birlar del plato de su madre, que ya va mirando la dieta y, a la hora del postre, medita el límite de su sacrificio alimentario. Son casi las 3 de la tarde y, antes de regresar a casa, la piragüista tiene que reunirse con su entrenador para ultimar los detalles de la recta final de su preparación para Río. Portela regresa con dos hojas rellenas de instrucciones, tablas de trabajos, dietas, rutinas. Para cumplirlas a rajatabla necesitará estar cerca del centro de entrenamiento. El coche no tiene cabida en el sprint final.

Compartimos la jornada con Portela y su familia un día de finales de mayo. Su federación deportiva le ha conseguido un piso para ultimar la puesta a punto. No más idas y venidas ni más horas en la cocina. Para la recta final de la preparación, además del apartamento, un cocinero se encargará de prepararle comida y cena hasta que se vaya a Río.

Ayuda de su marido

“Son unas semanas en las que tengo que estar contenta y motivada”, cuenta la palista mientras conduce de regreso a casa. En el asiento de atrás Naira juega con sus muñecas hasta caer dormida. David, su marido, va en otro coche. Ambos se reúnen en O Grove, en la clínica donde la madre del excanoísta ayuda en la recepción. Todos arriman el hombro. La jornada ha empezado muy temprano, pero continúa. Pasadas las 5 de la tarde, David trabaja con Teri Portela una tabla de ejercicios. En la recepción cuelgan los diplomas olímpicos de ambos. Las medallas de los campeonatos son tantas que no saben dónde meterlas. “Antes las tenía colgadas en una pared forrada con corcho, pero ahora las tengo en cajas, tal vez hay más de 200”, cuenta ella. Mascato recuerda que hubo un momento en que acumulaba tantas que las regalaba a los niños nada más bajar del podio.

Después del trabajo en la clínica, paseo a casa entre huertos, vecinos que pasean vacas y señoras que salen de los huertos hoz en mano. Llega la calma relativa, que acaba cuando la niña se despierta y reclama su merienda al grito de “pavo, pavo”. Después del bocadillo, mordisquea una pera y, luego, cuando ve a su madre comiendo un yogur, reclama su parte a lloros. Pataleta aparte, la casa está tranquila, pero Portela no se relaja del todo. Aún trastea en el comedor un rato y retira la colada seca.

El día se alarga, pero ya es tarde. La jornada empezó en casa, luego a Pontevedra, la ría, el gimnasio, la ducha, las reuniones, el regreso. La última tarea es cansar un poquito a Naira, que es incombustible (pongan música de Misión: imposible), y llevarla al parque infantil, enfrente del piso. La opción “vamos a hacer un puzzle de animalitos” no ha surtido demasiado efecto.

Con su marido, David, y su hija de dos años. Foto: MAGAZINE

Para la niña empieza la operación Tobogán. Para la madre arranca, quien sabe, su última misión olímpica, aunque ella no piensa en el adiós: “No te tiene que retirar el DNI, prefiero no plantearme el futuro”. Apenas faltan unas paladas para su sueño brasileño en la prueba de K1 200 metros. Tres carreras de 40 segundos que marcarán el trabajo de cuatro años. Es la hora de la dieta estricta, del adiós al chocolate y de la vida espartana. A Brasil, primero viajará la canoa (en barco) desde Portugal. Luego, ella y la familia. “En los últimos tiempos he pasado malos momentos, pero he tenido una hija, soy la tercera del mundo, me he clasificado para mis quintos Juegos…”, dice.

Frente a la bellísima isla de A Toxa, Naira se columpia ante la atenta mirada de su padre, y Teresa Portela parece que se relaje un instante… hasta que la niña se cae al suelo. “Cariño, te tienes que coger”, le dice el padre. Su respuesta, entre lagrimones, es clara: “Mamaaaaa”.