Para la posteridad infame de la memoria selectiva, las tragedias de la guerra moderna en la Guerra Civil española han quedado limitadas a un par de instantáneas de Capa en Cerro Muriano y la plasticidad onírica del Guernica. Debe ser culpa de ese republicanismo cívico, y complaciente, que la memoria histórica se esté convirtiendo en una promesa lejana de recuerdo que, con el avance de los días, adquiere la blandengue consistencia de consignas que suenan ficticias a la manera de los preceptos constitucionales que dotan a todo español de vivienda y libertad. Se impone el gris del pragmatismo mal entendido, y oscuros sucesos de la guerra nuestra, como el crimen de la carretera de Almería, se refugian en los mugrientos subterráneos de los archivos. A veces, la onomástica del día se celebra con un par de notas del himno de Riego, flores marchitas a los pies de un monumento y unos ancianos de ojos vidriosos por la indignación del olvido y la sinvergonzonería de la foto institucional.

"Los supervivientes no os olvidan". Desdichada sociedad, ésta que no condena a los regímenes totalitarios y los rememora con nostalgia de viejas glorias en manifestaciones de sotanas, banderas y águilas imperiales. El revisionismo de la historia cambia las tornas de la verdad y la razón, y la recuperación de la dignidad de las víctimas del yugo y las flechas se vehicula en publicaciones, casi subversivas; al menos hasta esta pasada semana en la que se presentó el libro Población y Guerra Civil en Málaga: Caída, éxodo y refugio, de Lucía Prieto y Encarnación Barranquero que, editado por el CEDMA -como casi todo lo digno en esta provincia-, profundiza académicamente, con los pies de plomo de la seria historiografía, en la crisis humanitaria que se vivió en el fragmento de N-340 que nos conduce a Almería.

Los supervivientes no os olvidan y en los grandes almacenes, junto a la sección de complementos, se venden best sellers que adoptan la narrativa de una teoría conspirativa, falseada y tendenciosa, justificando, con falsos doctorados en el currículo del autor, la bondad social de la Cruzada del 36. Queipo de Llano, mentor de tantos locutores de hoy, pedía la cabeza de todos los malagueños desde Radio Sevilla y por el camino a Almería las borricas yacían exhaustas en las cunetas.

"Por mi palabra de honor y de caballero que por cada víctima que hagáis, he de hacer lo menos diez" locutaba el bueno de Queipo retransmitiendo la faena torera que habría de subir a los altares de la torería sanguinolenta a Arias Navarro, encumbrado como Carnicerito de Málaga en los carteles de las ferias del Régimen.

Al fin, la historia deja de ser el comedero de Moa y su secta de iluminados.