Pongamos la crisis o como se quiera explicar que el depósito lleno ronda los ochenta euros: Zapatero entiende que la situación es opinable, que de lo que se trata es de que vamos a crecer menos. Chaves no soporta que la derecha se regodee con la desaceleración. Rajoy cree que Zapatero es incapaz de sacarnos de este pozo y Arenas afirma con su empaque gitano que estamos ante el peor y más rápido empeoramiento económico que él haya conocido. Pongamos Estepona: Soraya Sáez de Santamaría pedirá en las Cortes la disolución del Ayuntamiento. Antonio Sanz llama frívolo y mentiroso a Chaves por negar que desconocía las actividades de Barrientos. Pepiño Blanco le sugiere a Cospedal que si quieren ser creíbles con los ejercicios de limpieza empiecen por su propia casa. Luis Pizarro no se explica el doble lenguaje de los populares: se rasgan las vestiduras mientras mantienen al frente de sus responsabilidades a un buen número de imputados de su partido.

La abundancia de citas ut supra no viene a subrayar tanto la obviedad abismal de las diferencias ante situaciones claramente iguales sino la admiración en la contumacia con la que se producen los protagonistas. La única conclusión, después de darle muchas vueltas y dos gintónic , no es tanto que los políticos, así a lo grueso, nos consideren estúpidos sino que, muy probablemente, lo seamos.

Lejos de mi la manía de arrear al político porque llueve o por este maldito calor que el Gobierno de Chaves no ha sido capaz de prever. Ya vengo diciendo desde Fernández Viagas, por lo menos, que son como nosotros, nuestros espejos, en una profesión por lo general mal pagada e ingrata aunque con chofer. Estoy más en la teoría de que se trata de los jefes de gabinete. Esta gente oscura que les anda picoteando la olla hasta que enferman de vanidad. Si uno está en el poder en época de vacas gordas, petróleo barato, crecimiento de los mercados, moderada inflación y dinero al dos por ciento, suele ocurrir que la felicidad es gracias a uno, a su inspiración de gobierno, ya sea de un país, de una comunidad autónoma, de una alcaldía o de una Diputación. Como todos sabemos, las grandes decisiones de la historia de la humanidad se han tomado en los despachos de las presidencias de las diputaciones. En lo concerniente al salvajismo urbanístico y la corrupción, los jefes de gabinete tienden a unificar el pensamiento: eso es algo que indefectiblemente le ocurre a los otros.

Habría que oír las santas iras de Zapatero, naturalmente proponiendo un pacto de Estado, si la criminal subida del crudo le hubiera cogido a Rajoy en el Gobierno. O a Arenas de Ministro de Trabajo con el paro a galope tendido. El bochorno socialista de Benalmádena no es la abrumadora sensación de que todo el mundo esperaba de un momento a otro que sucediera lo que ha sucedido, sino que nadie resulte responsable de haber respaldado a un miserable como Barrientos. El bochorno pepero es que su explicable y ruidosa indignación por Benalmádena se convierte en escandalosa sobreactuación cuando se mira a Alhaurín. Ha llegado el momento de ser implacables: salvemos a los políticos, especie protegida de bajo coste además de llevadera, y acabemos con la plaga de los jefes de gabinete antes de que los detengan a todos.