Los Congresos de los partidos políticos sirven en algunas ocasiones, como se ha demostrado en el último del PP, para firmar una paz quien sabe si efímera en las guerras por el poder, que siempre existen. Pero cuando se han ganado unas elecciones y más si es por segunda vez, el congreso es necesario para oír la voz de la militancia y que esta se convierta en la conciencia crítica de quien lleva ya cuatro años subido al coche oficial. Es el caso del partido socialista que este fin de semana celebra el suyo. La ponencia marco, la que fija la estrategia del partido para los próximos cuatro años, ha sido ampliamente enmendada por la militancia.

Van a ser los militantes de base los que consigan que desaparezcan de su redacción los tintes de tibieza en asuntos tan fundamentales como la jornada laboral que Europa pretende ampliar a 65 horas semanales sin demasiado escándalo; la defensa de la acosada asignatura de Educación para la Ciudadanía, que pese a recibir todos los parabienes del Consejo de Estado, sigue sin impartirse en determinadas comunidades autónomas gobernadas por el PP; la modificación de la Ley del Aborto por una Ley de plazos con mayores garantías jurídicas para las mujeres o una Ley que regule el derecho a morir dignamente. La altísima participación, más de siete mil propuestas, hace pensar que la militancia socialista no está dispuesta a que el Gobierno se duerma en los laureles y que su empeño en no reconocer la crisis económica acabe derivando en un endurecimiento de las condiciones laborales y en una marcha atrás de derechos adquiridos o de propuestas de conciliación de vida familiar y laboral.

Una cosa es que Zapatero reitere, en su comparecencia en el Congreso, que las dificultades económicas no van a frenar las prestaciones sociales y otra que, al socaire de la crisis que no existe, se modifique la Ley de Extranjería o se renuncie a defender derechos que costaron mucho conquistar. Ahí las bases han sido claras: ni un paso atrás, ni para coger impulso. Esa es quizá la parte más noble de la política. También la más desconocida y donde la democracia se siente más cerca de la piel.