Ya se sabe que la corbata es un símbolo fálico, una seña de identidad viril: lo que le cuelga al hombre. Siendo esto así, su caída en desgracia era cuestión de tiempo. ¿Acaban con ella las altas temperaturas por el cambio climático o el avance imparable de la femineidad? Una tercera hipótesis sería que ambas cosas estén relacionadas de modo misterioso. Puestos a fantasear, pensemos en dos mecanismos urdidos por la madre Tierra para protegerse de la depredación brutal de la especie: por un lado subirle la temperatura, para reconciliarla con los instintos (de cuya represión, no lo duden, viene la actitud depredadora), por otro quitar el mando a los hombres, en los que se localiza la mayor carga agresiva. Los que tenemos afición a descorbatarnos damos razones de comodidad, estilo deportivo, liberación del cuello, pero a saber de qué estrategias telúricas estaremos siendo ejecutores.