La primera corbata de la que se tiene constancia está enterrada alrededor del cuello de Qin Shih-Huang-di (259-221 a.C.). El hallazgo de su tumba, custodiada por el encorbatado ejército de terracota del emperador chino, certifica el inicio de una moda que militarizaron las centurias romanas, cuyo recuerdo está inmortalizado en la famosa columna Trajana (113 d.C.) donde hay 2.500 imágenes labradas en piedra y en mármol de soldados con un pañuelo anudado. Después llegaron los jinetes de la caballería croata y el dandy Beau Brummel responsable de extender civilmente el uso de una prenda con nombres como Butterfly, Ferrier, René, Ascot o Moreau y que tiene diferentes maneras de hacer el nudo. El americano de cuatro giros que llevaba Onassis, el Nicky de cinco movimientos al estilo James Bond, el Windsor voluminoso o los ocho movimientos del Cavendish que busca la estrechez y la originalidad entre la simetría y el equilibrio. Incluso Oscar Wilde afirmó en 1891 que anudarse bien la corbata era el primer paso importante que uno debía dar en la vida. Posiblemente José Bono ha leído al ilustre escritor inglés y por eso reprendió en el Congreso a Miguel Sebastián por no llevar la prenda de la elegancia masculina a la que Rafael Illa, jefe de protocolo del ayuntamiento malagueño, quiere darle vacaciones oficiales. Al menos durante esos meses en los que agobia asistir a plenos y actos públicos con chaqueta y corbata envarando la nuez de los dirigentes y sus asesores.

Una propuesta lógica (que no conlleva el riesgo de que nuestros políticos vayan a ir ahora en camisa hawaiana) en esta época veraniega y en una sociedad en la que poco a poco se va desterrando la corbata como símbolo de elegancia, de clase o de vestimenta laboral. Aunque también es cierto que hay muchas personas que la utilizan a diario, sabiendo llevarla y escogiéndola en función de las estaciones, como un modo igual que cualquier otro de expresar su personalidad. Hasta el punto de que resulta difícil imaginarse a Arias Salgado sin sus pajaritas o al abogado, pintor y poeta malagueño José Manuel Cabra de Luna sin sus llamativas corbatas Delanuy de abstracción geométrica. Esta tendencia de liberarse de la clásica prenda masculina choca, sin embargo, con la realidad nacional. El conflicto desatado por el manifiesto que defiende el bilingüismo, en aquellas comunidades donde algunos se empecinan en hacerle la corbata colombiana a la lengua española, se ha convertido en una medida de presión para el cuello de los de los firmantes y del PSOE que en Málaga ha dividido a críticos y oficialitas para dirimir quién se anuda la secretaria directiva del partido. También está el alza del precio de los alimentos, debido a la inflación y al petróleo, y la dificultad de la gente común para hacerle frente a las hipotecas y al creciente paro, provocando que el personal los tenga por corbata. El caso es que al margen de que existan cuellicortos, pescuezos largos y nueces bajas, de que haya individuos que prefieren la pala ancha y lisa, que las prefieran de diseño o estrechas y terminadas en pico y de que otros opten por la moda frami de llevarla sin camisa, lo cierto es que hoy día no es tan fácil dejar que el cuello respire libre y a sus anchas. Sobre todo cuando es la economía la que ha usurpado el papel de la corbata y se nos agarra al cuello con el empaque del nudo victoriano. Aún así, siempre nos queda la posibilidad de volver a las guayaberas o a las camisas mao que, además de ser fresquitas, tienen algo de economía social.