Merece más respeto un gran hombre -en la política, la empresa, el arte o lo que sea- que muere en la cama rodeado de honor tras larga y fructífera vida, o el cura volador brasileño, que acabó comido por los peces debido a un cambio de los vientos? Adelir De Carli (así se llamaba), volaba suspendido de mil globos de colores, para recaudar fondos de ayuda para los camioneros. Quizás sintiera la llamada del sentido heroico de la fe (algo nada fácil hoy) pero debía de gustarle, eso sin duda, aquel juego de volar de modo tan elemental, y ver así, por un tiempo, las cosas de otro modo. Lo que haya pasado por la cabeza de De Carli durante cada minuto de los mil kilómetros de viaje, hasta caer al mar, por desdicha no lo sabremos nunca. Sabemos, sí, que cuando se vio perdido pidió instrucciones, por el móvil, para manejar el GPS, pues no era diestro en la tecnología, otro dato a su favor.