La sentencia de un tribunal de Málaga condenando a un año de prisión a un ciudadano (padre de un alumno) por haber agredido a un maestro, es un hecho de extraordinaria relevancia. Lo es porque califica la agresión de ´atentado a la autoridad´, juzgando la agresión como si el agredido fuera un policía o un magistrado de la Audiencia. Me apresuro a decir que la sentencia me parece justa. Justa porque defiende al maestro. Lo protege frente a la barbarie representada en este caso por un energúmeno incapaz de comprender el papel esencial que desempeñan los maestros en el engranaje social. En las escuelas se enseña y donde se educa es en casa. Sin este reparto de papeles, las cosas van mal y las relaciones entre jóvenes y adultos tienden a regirse por la ley de la selva.

No crea el lector que exagero: la falta de respeto en la escuela se paga después en la calle, en los estadios, en los botellones, en la zafiedad para la que en los últimos tiempos parece haber sido reclutada una parte de nuestra juventud. El respeto a los maestros debería ser la premisa de toda sociedad avanzada. Allí donde no se respeta al maestro reina la ignorancia que abre paso a la violencia. Un año de cárcel puede parecer mucho castigo, pero si sirve de aviso a navegantes (padres y alumnos), quizá evite muchos naufragios. Donde el juez de Málaga dice que el maestro es una autoridad habría que añadir que también deberían ser así considerados los médicos y asistentes sanitarios que con tanta frecuencia son víctimas de agresiones por parte de pacientes impacientes o bestializados.